domingo, 16 de septiembre de 2012

De mujeres, violencias, ejércitos y mando

No debería extrañar a nadie que nosotras, que no tenemos un vínculo intrínseco especial con el amor, la paz y la generosidad, seamos capaces de los mayores abusos de poder, tiranía y violencias. No debería sorprendernos, pero sorprende, porque se ve que aún nos creemos que de forma esencialista, nosotras somos las dulces. Cuando una mujer soldado comete una atrocidad, parece que sea todavía más grave, porque le pesa encima el no comportarse como mujer y mostrarnos continuamente que somos tan iguales en valores masculinos si nos lo proponemos: los positivos, y los negativos.

El feminismo de la igualdad, en los albores del feminismo, nos insistió en que podíamos convertirnos en eso, que podíamos ser como hombres. Y es verdad, podemos, para bien y para mal. El de la diferencia nos hizo plantearnos si eso era lo que se pretendía. Si en realidad valoramos como positivos todos los atributos que se le asignan al varón. Si en realidad no sería aconsejable, no sólo para nosotras mismas, sino para una sociedad más justa, revalorizar algunos atributos femeninos. 

Dejando de lado ciertos feminismos esencialistas, con los que no comulgo, pues se me complica conjugarlo con la crítica al binarismo sexual, entre otras cosas, no se pretende que nosotras seamos mejores. Sino que para una auténtica liberación social, no hemos de pretender cometer los mismos errores que los hombres, como colectivo, cometieron [1].

Dentro del apartado de la soldadesca, Claudio Azia, [2] nos recuerda en "El paradigma del soldado", que "Los soldados en todos los tiempos de la humanidad debían y deben ser racionales, fríos, poco afectuosos, sometedores con sus víctimas, tener capacidad de mando, dominadores y capaces de urdir planes y estrategias de supervivencia, valientes, exitosos y competitivos." Para facilitar el asunto, todos los hombres han de asumir este estereotipo, pasándose este relevo cultural a través de los siglos, manteniéndose hoy día este modelo para juzgarse hombre hecho y derecho.

Emma Goldman, en su texto El sufragio femenino, expresaba que La guerra, ese insaciable monstruo, despoja a la mujer de todo lo más querido y lo más precioso. Le arranca sus hermanos, sus amantes, sus hijos y a cambio recibe una vida de soledad y desesperación. Y aun así, la gran defensora y adoradora de la guerra es la mujer. Ella es la que infunde el amor a la conquista y el poder en sus hijos [...] es la mujer quien corona al victorioso al volver del campo de batalla. Esto se explica gracias al papel vertebrador de la mujer en la estructura social: es la mujer la encargada de los cuidados y quien debe inculcar los roles a los niños. De igual modo que son los padres obreros y sirvientes quienes inculcan a sus hijos, las futuras masas explotadas, que deben obedecer al patrón y ser buenos y obedientes, la mujer es la que educa a la niña a ser una buena esclava. Que el oprimido asuma como normal su opresión y se resigne a ella es la clave para el mantenimiento de todo orden social. Las jerarquías hacen que algunas personas dependan de otras, culpan a los dependientes por su dependencia y luego utilizan esa dependencia como justificación para el ejercicio de la autoridad[3]. De esta forma, la lucha por la liberación femenina lo que siempre ha buscado es que la mujer rompa sus propias cadenas, consciente de que esto será lo que genere la reacción en cadena en la aculturación social.

El militarismo no es algo que pueda ser ajeno al patriarcado, ni al capitalismo, y un auténtico feminismo liberador es el que derriba toda posibilidad de columna vertebral de ambos: militarismo y capitalismo: "El militarismo es inherente al patriarcado y lo refuerza cuando introduce la visión del mundo en los valores patri-militares, existiendo una relación clara entre lo aprendido en los ejércitos (a través de su estructura, normas, valores) y lo vivido en la casa, poniendo a los varones en la obligación de trazar un paralelismo para así ser legitimados. El patriarcado promueve la educación de los varones como soldados, dentro de la misma cultura, exigiéndoles el sometimiento a dicho paradigma, promoviendo y hasta avalando las diferentes faltas de respeto hacia todos aquellos que disientan con dicho sistema" [4].

La construcción de la identidad de género se construye desde la infancia, impregnando desde toda institución y relación social posible la mente de l@s adoctrinad@s, para que asuman rápido y claramente los atributos de su sexo, forjando así su género (sexo cultural). Los niños son inducidos a competir antes que compartir, para poder ser hombretones el día de mañana. Las niñas son impelidas a ser generosas, calladas, amables y dulces. Pero no debería alegrarnos que estos modelos se decontruyan meramente en pos de que las niñas también sean educadas en la competición antes que en la colaboración, en la agresión antes que en el entendimiento. En ese caso, estaremos permitiendo una debacle social.

Si bien Irene Castillo y Claudio Azia exponen que es a partir del siglo XX cuando las mujeres comienzan a formar parte importante del engranaje militar [4], lo cierto es que el séquito de mujeres que acompañaban a los hombres a la guerra parece haber sido más habitual de lo que nos permite el imaginario fílmico al respecto [5]. En cualquier caso, las mujeres apoyaron siempre en la retaguardia o acompañando a los ejércitos. Lo cual no nos convierte en mejores ni mucho menos, pero sitúa el punto de partida en un nivel diferente, ya que no es la incorporación de la mujer al ejército como una traición a su sentido esencial de "dadora de vida" al acudir al ejército cuya función esencial es, por muy "humanitario" que se pretenda, la matanza. Su sentido es otro, el error no es de las mujeres al querer entrar en el ejército, es de la sociedad entera por no querer salirse de él.

Actualmente, se produce más claramente la integración de la mujer en el marco autoritario y militar, convirtiéndolas "no sólo objeto, sino también sujeto y protagonista de la exclusión social" [6]. Mediante este proceso, una minoría de mujeres se integra en estas organizaciones de poder, asumen valores y comportamientos típicos masculinos, pasando así a ser sujetos de dominación, también de las mujeres. El militarismo admite estratégicamente a la mujer en el ejército y en estructuras de poder, pero a cambio de que sea una mujer masculinizada, de que obvie cualquier planteamiento de solidaridad no sólo con otras mujeres, sino con otros colectivos oprimidos por este autoritarismo [4]. Algo similar ocurriría con la utilización de los migrantes en ejército, que han de dejar de lado identidades y conceptos que puedan ser molestos para el planteamiento militar, así como la solidaridad con otras víctimas del imperialismo que apoyan. Teniendo que las mujeres como género están sometidas a la opresión patriarcal y a la sumisión ante los hombres, política y públicamente, muchas son las que en lugar de oponerse, aceptan ciertas prebendas con tal de subir escalones [7]. La mezquindad humana no tiene límites, y ejemplos de este tipo los encontramos en toda ocasión: ejemplos de judíos aceptando ayudar a los nazis para entregar a otros judíos, jefes de tribus indígenas vendiendo a sus jóvenes como esclavos, mil traiciones en las vísperas de huelga en fábricas y talleres, y un largo etcétera que a fuerza de repetirse no debería ni extrañarnos. Pero parece que sobretodo extraña, duele e indigna, cuando es la mujer la traidora, como si ella debiera llevar grabado más a fuego lealtad alguna a su identidad femenina, a su condición social de ser dulce y amoroso.

Pero frente a esto, no todas las feministas aplauden tontamente la entrada de la mujer al ejército, como parece insinuarse últimamente con tantas críticas "al feminismo", como si sólo existiera uno y como si hubiera hecho más por afianzar los cimientos del capitalismo y su brazo armado, que ningún otro proceso histórico de acumulación primitiva [8]. Recordemos que muchas son las organizaciones de Mujeres Feministas que se oponen a todos estos procesos de normalización del ejército, maquillaje humanitario y demás: Mujeres Objetoras de Conciencia del Paraguay, Mujeres de Negro, Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo, las Viudas de Guatemala o las Madres de El Salvador y un larguísimo etcétera de representantes del feminismo pacifista y antimilitarista.

Desde el poder, se pretende despojar al feminismo (o feminismos) de todo sentido, creando un feminismo institucional no sólo descafeinado, sino claramente contraproducente [9]. Esto es porque desde el poder no se pueden aceptar unas teorías que asumidas sin tapujos comprometen las relaciones mercantiles y tambalean el capitalismo, tal y como se proclama desde los ecofeminismos y la crítica a la larga cadena del trabajo de cuidados. Esta crítica al sistema económico, pero también a su forma de estudiarlo y asumirlo, viene de la economía feminista, y es totalmente incompatible con el poder, con los mercados y con el capitalismo, precisamente porque pretende colocar la vida y las relaciones afectivas en el centro, desplazando el lugar central que ocupa el mercado, destruyendo los límites aplicables al concepto de trabajo [10, 11]. Algo inconcebible por la economía capitalista, donde no se produce lo que necesitan las personas, sino lo que produzca beneficios, y de este modo, es lo mismo producir medicinas o bombas [12]. Y sin embargo, es necesario recordar que esta perspectiva, la que incluye la necesaria y fundamental carga no remunerada para el desarrollo del capitalismo, ha sido tantas veces olvidada en los análisis críticos de la economía, empezando por el marxista. [10,11]. Pero es precisamente el discurso incompatible con el capitalismo el auténticamente anti-militarista, pues éste se mantiene a costa de la centralización financiera y control por parte del estado [13, 14]. Atacar sus cimientos, poniendo de relieve la economía femenina sumergida, las relaciones de poder entre hombres y mujeres, poner al descubierto la externalización que se produce continuamente con la satisfacción de las necesidades, la larga y global cadena de cuidados, es fundamental para acabar con el capitalismo. Negar que este tipo de relaciones desiguales tenga lugar, es potenciarlo.

Esta perspectiva, poner la vida en el centro y la satisfacción de necesidades como lo primordial, confronta claramente con la pretensión de que la liberación femenina pase por la entrada de la mujer al ejército. No porque creamos que "no podrá", no porque creamos que "no es su lugar por ser mujer", sino que "no es su lugar por ser humana". La intención cuando hablamos de liberación, es otra: queremos que las personas no ocupen ese lugar. Parafraseando a Petra Kelly (si bien no estaremos de acuerdo con muchas otras actividades de esta mujer, desde luego esta frase es relevante a lo que decimos): No debería haber ninguna mujer en el ejército. Saquemos de ahí a los hombres!.

Por lo tanto, acusar al feminismo de ser el impulsor del ejército es una de las mayores tergiversaciones posibles, precisamente porque existe una relación clara y profunda entre militarismo, degradación ambiental y sexismo [14, 15]. Ahondando en el carácter claramente patriarcal del ejército, no se puede negar tampoco la relación entre militarismo y control de natalidad. Las mujeres, como reproductoras (ya sea de la fuerza de trabajo, ya sea de la soldadesca), tenemos que ser controladas por un ente externo, que impida que decidamos sobre nuestros cuerpos, nuestros ciclos vitales y nuestras aspiraciones. Esto va íntimamente ligado a la penalización del aborto en las sociedades más militarizadas [16]. Es, pues, incompatible defender la liberación femenina (es más, la liberación humana), con la entrada en el ejército de la mujer; con el negarle el derecho al control reproductivo (que va desde el uso de anticonceptivos hasta el derecho al aborto); y aún más, con la negación de que sigue manteniéndose una profunda estructura patriarcal y misógina que sostiene el capitalismo y lo vertebra. Negar todo esto es caminar en una dirección que nos aleja del cometido real, que es el de una sociedad más justa, donde lo principal sea la satisfacción de necesidades de las personas, donde la mujer no sea el único eje que soporta los trabajos de cuidados, sino que estos sean el fundamento social, compartido entre tod@s. Sino, a lo más que aspiramos es o a un capitalismo de Estado, siendo explotados en una economía productivista dirigida por "camaradas revolucionarios", o a una sociedad eco-machista, donde perduren relaciones de poder y sea la mujer la que permanece maniatada en sus aspiraciones propias por el "deber femenino de cuidar de los demás", que ni es tan histórico ni tan natural. El cuidado de las personas se repartía y realizaba de la comunidad para la comunidad y el apoyo mutuo entre todos sus miembros es a lo que debemos aspirar, sin relaciones de poder, por la satisfacción de las necesidades de los individuos, desde lo social, en libertad y armonía. Puede que en el proceso de librarnos de la dominación de padres y maridos hayamos caído en las brasas de la dominación del mercado. Pero la solución nunca será volver atrás, al fuego anterior. Sólo queda seguir caminando por la liberación de todas y todos.

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