Ese clamor generalizado, tal vez inconsciente por robustecer
las penas parece responder al desarrollo de un enfrentamiento contra lo que
conocemos como delito. Es probable que esa ira histórica que hemos guardado por
más de 500 años haya empezado, de manera atávica a surgir disfrazada de
violencia, esta ferocidad, no es secreto para nadie se ejecuta en dos rostros,
uno, que busca atacar de frente el fenómeno de la delincuencia por medio de las
denominadas vías de hecho y el otro, depositando la confianza en un estado
fallido para que nos obsequie quimeras de seguridad envueltas en delitos y
penas, es decir derecho penal.
La situación tiene un trasfondo supremamente complicado
cuando uno se sienta a analizar la problemática desde una óptica cultural
sociológica y antropológica; aunque de alguna manera, compartimos algunas
costumbres, un territorio, ciertos rasgos genéticos determinados, lo seguro que
es que no compartimos una identidad histórico cultural, no quiere significar
esto que sea imperativo una masificación ideología o un adoctrinamiento, sino
la creación o fortalecimiento de lazos de solidaridad que denoten efectivamente
la alteridad, concepto necesario para forjar una colectividad fuerte.
Desgraciadamente, esa fratria que trata Freud en su texto
Tótem y Tabú, está encontrando ahora días, peana en el odio y la violencia.
Cuando Freud empieza su estudio antropológico con algunas comunidades de
Oceanía, África y América, se da cuenta que los vínculos entre los miembros de
la comunidad tienen soporte, no en los lazos sanguíneos, sino en ligaduras de
solidaridad, división justa del trabajo y por supuesto en una creencia generalizada,
el miedo al tótem, el respeto a ese tótem y a sus mandamientos, traspolando a
hoy esa idea de las comunidades totémicas, lo único que ahora une a las
personas que habitan esta tierra denominada Colombia, es ese odio casi atávico
que surge en forma de violencia y revancha.
Cuando la colectividad es capaz de compartir en igual forma
la victoria y la derrota histórica, hay una fuerte ligazón que posibilita la
acción de cambio colectiva, pero cuando estos nexos son inexistentes, la
colectividad se puede crear entorno a la violencia despiadada, no por la
cantidad de sangre o viseras que sea capaz de proporcionar, sino por la
deshumanización de la sociedad actual.
Cuando nos escupen en la cara la idea de que la disminución
de la criminalidad no tiene nada que ver con las necesidades sociales ni con el
raigambre social, surge como adalid de cambio y protección la figura del
derecho penal, a más cantidad de letra muerta que establezca delitos mayor
sensación de seguridad y claro, cuanto más duras las penas, esta quimera de
tranquilidad crece inmediatamente.