En poco menos de una semana Israel desencadenó sobre la
Franja de Gaza una lluvia de bombas que han matado ya a más de 200 personas, 80
por ciento de ellas civiles y una quinta parte niños. La excusa para los
ataques son los misilazos que del otro lado lanzan los milicianos de Hamas
sobre Israel, que acaban de causar la primera víctima mortal en Israel. Pero la
disparidad no es sólo en cuanto a víctimas: Gaza es un menguado territorio de
poco más de 350 quilómetros cuadrados que vive bajo el acoso sistemático de la
potencia militar de la zona. Cada tanto, sobre su millón y medio de habitantes
caen las bombas, según una repetida lógica de larga data, ante la indiferencia
de las potencias occidentales, que por menos de eso ya estarían preparando una
“intervención militar humanitaria” para frenar al agresor. Al final de la
Segunda Guerra Mundial, señala el filósofo español Santiago Alba Rico, se
produjeron en Europa varios acontecimientos que marcaron la historia posterior.
El primero, dice, es que durante los procesos de Nuremberg se registra el
rechazo del abominable “modelo Auschwitz”, signado por “la deshumanización y
exterminio horizontal del otro”; pero antes la principal potencia vencedora,
Estados Unidos, había impuesto “la legalización de facto de los bombardeos
aéreos” sobre población civil.
El “modelo Hiroshima” se vuelve entonces aceptable y “la
deshumanización y exterminio vertical del otro se asume como rutinaria o como
no penalizable”.1 El bombardeo a Dresde, semanas antes de la rendición de
Alemania, en marzo de 1945, en el que las fuerzas aéreas estadounidense y
británica provocaron la muerte de entre 25 y 35 mil personas, es considerado
por Donald Bloxham, editor del Journal of Holocaust Education, como un “crimen
de guerra”. Apenas derrotados los nazis, Francia bombardeaba Argelia y Siria,
provocando masacres sin que los capitostes del nuevo orden mundial emitieran la
menor protesta.
Los bombardeos aéreos desde entonces han sido cosa común,
incluyendo el horror de Vietnam. “Ahora mismo los drones estadounidenses
bombardean Pakistán o Yemen, los aviones de Bashar al Assad a su propio pueblo
y los F-16 de Israel a los palestinos de Gaza. Todos esos bombardeos nos
impresionan tanto como una tormenta de verano y, desde luego, mucho menos que
una cuchillada en el metro”, remata Alba Rico.
Si de Gaza se trata, los ataques aéreos contra ese
territorio palestino tienen una larga historia, con su secuela de miles de
muertos, entre ellos cientos de niños, que representan entre el 25 y el 30 por
ciento de las víctimas.
El periodista y analista británico Robert Fisk, especialista
en los conflictos de Oriente Medio, reproduce en una columna que publicó esta
semana en el diario The Independent de Londres un diálogo a propósito de los
bombardeos de 2008 que mataron a más de 1.400 palestinos: “‘¿Y si Dublín fuera
atacada con cohetes?’, preguntó entonces el embajador israelí. Pero en la
década de 1970 la ciudad británica de Crossmaglen, en Irlanda del Norte, fue
atacada con cohetes por la república de Irlanda, y sin embargo la Real Fuerza
Aérea no bombardeó Dublín en venganza ni mató mujeres y niños irlandeses”.
El periodista israelí Gideon Levy insiste en que para Israel
no se trata de combatir el terrorismo sino de matar árabes: “Desde la primera
guerra del Líbano, hace más de 30 años, matar a los árabes se convirtió en el
principal medio de la estrategia israelí. El ejército israelí ya no pelea
contra otros ejércitos, el objetivo principal es la población civil” (Haaretz,
domingo 13). Prueba de ello es la utilización de armas prohibidas en los
bombardeos. “Doctores y personal médico han encontrado en los cuerpos de
fallecidos o heridos restos de armas de destrucción masiva ilegales para el
derecho internacional”, aseguran médicos desde el hospital Shifa, de Gaza. El cardiólogo
noruego Erik Fosse, que lleva años trabajando en la Franja, dijo a la prensa
que Israel estaría empleando armas que provocan cáncer. “Los médicos apuntan
que podría tratarse de los denominados explosivos de metal inerte denso (dime,
por su sigla en inglés), un arma de tipo experimental cuyo radio de acción es
relativamente pequeño, pero cuya explosión resulta extremadamente potente”
(Russia Today, lunes 13).
En contra de lo que asegura la propaganda israelí, los
bombardeos no son una respuesta a los ataques de Hamas sino un cálculo político
para bloquear cambios en la región, una obsesión del establishment de ese país:
impedir la reconciliación entre Hamas y Fatah y evitar la toma de distancia de
la Unión Europea respecto de Estados Unidos. Para cumplir sus objetivos
políticos, los dirigentes israelíes no dudan en perpetrar masacres cada vez que
lo consideran oportuno. Al hacerlo revelan un estilo “claramente fascista”,
apunta el israelí Uri Avnery. Avnery es una de las personalidades israelíes más
destacadas. A sus 90 años no pronuncia la palabra “fascista” a la ligera, menos
aun tratándose de un judío. Repasando una realidad que le duele, llega al fondo
del problema: al revés de lo que debería ser, su país es “un ejército dotado de
Estado”, dice.
1. Alba Rico no lo menciona, pero antes de la Segunda Guerra
Mundial –probablemente como ensayo para el futuro–, durante la guerra civil
española, la aviación nazi había lanzado operaciones de “exterminio vertical”
de población civil en zonas resistentes del País Vasco, como en Guernica.
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