En las noticias ha quedado la última marcha de las FARC-EP,
en que 6.500 guerrilleros marcharon hacia las 26 zonas veredales en que se
concentrarán en la transición hacia la vida civil. Desde las profundidades de
Argelia, Cauca, y seguidos de cerca por observadores de la ONU, salieron en
dirección a la zona veredal de Buenos Aires (Cauca) los miembros del Frente 60
de las FARC-EP, “Jaime Pardo Leal”. El cariño de la comunidad, cuando salieron
el 29 de Enero del 2017 quedó plasmado en un video hecho por lugareños, en el
cual sin miedo, hablan y expresan su agradecimiento a una organización que
sienten como una parte importante de su mundo. En el video se ve a la comunidad
saliendo a su encuentro, a abrazarlos, despedirse, con globos, con llantos y
con risas, recibiéndolos con carteles en los que se leen cosas como la
siguiente: “Guerrilleros de las FARC-EP, Frente 60 Jaime Pardo Leal. Gracias
por estos 52 años de lucha armada en defensa del pueblo colombiano”[1],
imágenes que recuerdan a las del escándalo montado por los medio en el Conejo,
La Guajira[2]… El sentimiento no es ni exagerado, ni está ensayado: la
sinceridad de las expresiones de afecto y cariño, espontáneas, directamente del
corazón, son sobrecogedoras, tanto en Argelia como en el Conejo. Esa simbiosis
de insurgencia y comunidades campesinas que se dio en tantos años de
convivencia desmiente, una vez más, el mito de una insurgencia sin base social
de apoyo. Las montañas de Colombia siempre fueron, en realidad, una alegoría de
estas comunidades dispersas en todo el país.
Uno de los dirigentes campesinos que habla primero en el video, dice que siente
nostalgia… nostalgia porque ya no estarán. Pero también hay mucha incertidumbre
en la comunidad y muchos campesinos temen que el Estado arremeta en contra de
las comunidades, militarice y practique una represión inclemente con los
campesinos. Esta tendencia se está ya empezando a ver desde hace poco más de un
año, en que el gobierno ha dirigido una agresiva política anti-narcóticos hacia
esta región, en la cual la comunidad ha dependido del cultivo de la coca desde
la crisis cafetera de comienzos de los 1990. Es por ello importante mantenerse
alerta para denunciar cualquier intento de reprimir a los campesinos y dar
solución militar a un problema que es eminentemente político. Que las FARC-EP
hayan renunciado a la política con armas, no significa que el Estado haya
renunciado a la política con armas: eso jamás hay que olvidarlo. Hoy, la única
defensa que tienen las comunidades es su propia organización y la defensa a
ultranza de su autonomía.
Las agresiones recientes en medio del cese al fuego de las
FARC-EP
En Argelia, desde finales de Octubre del 2015, mientras la
insurgencia de las FARC-EP se encontraba en pleno cese al fuego unilateral, con
la excusa de operaciones antinarcóticos, se comenzó a vivir la militarización
del territorio, al que el ejército jamás su hubiera atrevido a ingresar con
este movimiento guerrillero activo. Esta situación ha causado gran ansiedad y
zozobra en la población. Valga aclarar que estas agresiones se están viviendo
en todo el territorio colombiano, no solamente en el Cauca –también en
Putumayo, en el Catatumbo, por nombrar algunos de los casos más sonados.
El miércoles 18 de Noviembre, militares del Batallón de Contraguerrillas Nº 37
Macheteros del Cauca y del Batallón de Infantería Nº 56 “Coronel Francisco
Javier González”, adscritas a la XXIX Brigada del Ejército, ocuparon
militarmente la vereda El Encanto, en Argelia, Cauca, para adelantar tareas de
erradicación forzada, acosando y violentando a la comunidad. Las acciones se
dirigieron de manera específica en contra de miembros de la Asociación
Campesina de Trabajadores de Argelia (ASCAMTA), adherida a Fensuagro. Entre
otras cosas, los pobladores mencionaron que los soldados amenazaron con volver
a traer a los paramilitares a la región, en donde aún se recuerda el dolor con el
que enlutaron a la comunidad en su paso por esa región durante la década del
2000, gozando de todo el respaldo de la fuerza pública, hasta que fueron
expulsados por la resistencia de la comunidad y la confrontación con la
insurgencia.
Al día siguiente, 600 erradicadores, apoyados por soldados del Batallón de Alta
Montaña Nº 3 “Rodrigo Lloreda Caicedo”, Batallón de Artillería Nº 3 Batalla de
Palacé, Fuerzas especiales y antiterrorista Nevada, llegaron aplicando una
fuerza descomunal, ocupando casas y el centro comunal de los corregimientos de
El Mango, Sinaí y La Belleza. Las protestas de la comunidad fueron respondidas
a fuego, gases, golpes y piedras. A raíz de estas acciones se desplazaron unas
80 personas, y hubo un muerto, asesinado por las balas del Ejército, el
campesino Miller Bermeo Acosta (20 años). Hubo también varios heridos de
diversa consideración: José Iván Mosquera Bambague, Eduard Arvey Jaramillo
Sánchez y Carlos Andrés Ordóñez Galíndez (de 15 años de edad) en la vereda de
La Mina; Jhonny Males Gómez (herido de bala), José Wilson Yonda (herido de
bala) y Humberto Cadena Morales en la vereda de La Mina. Estos son los casos de
mayo gravedad, pero se reporta que el total de heridos superó los 15. Todos
estos crímenes permanecen en la más absoluta impunidad.
La situación siguió tensa: el día 1º de diciembre del 2016, según denuncias de
la misma comunidad, tres soldados profesionales habrían intentado violar a dos
niñas en Bujío, corregimiento de El Mango. Un transeúnte, que pasaba justo
cuando se estaba produciendo este hecho, logró evitar que el grotesco crimen se
consumara. Cuando miembros de la comunidad fueron a protestar al campamento
militar, fueron repelidos a bala por los uniformados, según difundiera una
comunicación pública[3].
El 19 de Marzo del 2016, la situación siguió escalando: ese día aterrizan dos
helicópteros en el poblado de Sinaí, en Argelia, de los que descienden un grupo
de policías fuertemente armados, con material de guerra, que comienzan a
agredir a la comunidad y allanar casas. La comunidad salió a detenerlos y
confrontarlos, pues según denuncias de la comunidad, habían llegado a robar
dinero a las casas. La comunidad les logró arrebatar parte del dinero que se
estaban llevando, así como algún material de guerra. En este operativo, se
distinguió un uniformado encapuchado, al que la comunidad luego reconoció como
un provocador infiltrado que había estado en la protesta en que había muerto
Miller Bermeo[4].
En base a este historial de agresiones de las autoridades, y gracias a la
respuesta firme y organizada de la comunidad, se logró establecer una mesa de
interlocución (MIA) con el gobierno, convirtiéndose así Argelia en el único
municipio que logró tener una MIA propia, lo que es testimonio de los niveles
organizativos de esta comunidad. Se realizaron algunas reuniones, pero hasta la
fecha no se ha avanzado en la negociación de las condiciones dignas para
adelantar programas de sustitución viables. Todavía están esperando que
comience el trabajo para ellos presentar su plan de vida y desarrollo
alternativo.
La comunidad exige respuestas y tiene propuestas
Pero en esa espera, y en momentos en que se organizaba el
movimiento nacional de campesinos dedicados al cultivo de la coca, la amapola y
la marihuana en el país (la COCCAM), en el cual participaron activamente las
comunidades de Argelia[5], el gobierno apareció con un acuerdo entre éste y las
FARC-EP para la “sustitución voluntaria”, aunque de voluntaria tiene bien poco,
pues el gobierno se reserva el derecho a la erradicación forzada en caso de que
los campesinos no acepten. O sea que más bien es un poco de maquillaje a la
vieja política de la erradicación forzada, aunque en este caso el garrote largo
viene de la mano con una zanahoria chiquita. Esa zanahoria es el Programa
Nacional Integral de Sustitución de Cultivos (PNIS), un programa de
intervención en más de 40 municipios, en un área de 50.000 hectáreas, en un
año, con la participación de las FARC-EP. El presupuesto de este programa es de
$1.000.000.000.000 (U$340.000.000), el cual se divide en montos de $10.000.000
anuales para proyectos productivos por familia. La capacidad real del gobierno
de financiar estos programas sigue en veremos.
El programa es visto con mucho recelo por las comunidades, que argumentan que estaría
en contradicción con el espíritu original de lo negociado en La Habana.
Ciertamente, este programa refleja el giro conservador que tuvo la
renegociación después de la derrota del acuerdo original en el plebiscito del 2
de Octubre, renegociación que se desarrolló a espaldas de las comunidades[6].
En el enfoque que queda reflejado en este nuevo acuerdo, se sigue entendiendo
la cuestión de los cultivos ilícitos como un asunto meramente individual de los
cultivadores, desconociendo que hay comunidades completas que dependen de la
coca –aun quienes no la cultivan ni la procesan… en regiones enteras el
comercio, los transportes, hasta la provisión de servicios y la infraestructura
dependen de la coca. Para estos campesinos, la coca no significa el mismo flagelo
del que se habla en los centros urbanos del mundo; para ellos la coca significa
la diferencia entre una pobreza digna, o una miseria absoluta. La coca ha sido
la única garantía para hacerse de los servicios elementales que el Estado no es
capaz, ni tiene la voluntad, de garantizar a los ciudadanos. Los tiempos
tampoco reflejan una comprensión real de la problemática a tratar: el tema de
los cultivos ilícitos lleva décadas y cualquier estrategia de intervención
constructiva requiere de estrategias de largo plazo en el cual se vayan dando
pasos graduales. Pero no, el gobierno espera que en un año los campesinos
sustituyan los ilícitos, cuando en esos plazos el gobierno es incapaz de
ofrecer una estrategia de sustitución viable. Cuesta creer que piensen que esto
es una estrategia viable. Este acuerdo sigue convirtiendo en el centro del
“problema” al campesino, sigue criminalizando a la mata y al cultivador, e
ignora los múltiples niveles del problema, así como el hecho de que una
solución a largo plazo requiere un diálogo no sólo con los campesinos, sino con
la comunidad internacional, que debe replantearse una vía fracasada como es la
criminalización.
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