Desde el pasado mes de septiembre el mundo entero se ha
fijado en los kurdos por la increíble resistencia y valentía de las mujeres y
hombres de Kobane. Es sabido que el Estado Islámico (ISIS) está intentando
apoderarse de la región kurda de Rojava en Siria, especialmente de Kobane. La
conquista de esta ciudad supone para las fuerzas del ISIS un movimiento
estratégico para apropiarse de una puerta de entrada en el norte de Siria. Por
otro lado, Turquía permite a las fuerzas del ISIS moverse libremente por la
frontera con Siria para atacar el cantón de Kobane, mientras que desaloja
violentamente en la frontera a los campamentos de apoyo a Rojava y bloquea las
ayudas que le puedan llegar. El Gobierno de Turquía, su presidente, Recep
Tayyip Erdogan, y sus fuerzas armadas (no hay que olvidar que es el segundo
mayor ejército de la OTAN después de EEUU) son claros cómplices de este asedio
a Rojava, igual que han sido a lo largo de la historia responsables directos de
la persecución y asesinato del pueblo kurdo.
También es sabido por todos que ninguno de los países de la
comunidad internacional está interesado en apoyar a Rojava ni a nada que
represente la autonomía del pueblo kurdo. Por eso observan el conflicto desde
fuera, interviniendo únicamente cuando se trata de beneficio económico, ya sea
para la venta de armas o para conquistar las materias primas en las que es rica
la zona habitada por los kurdos (reservas petrolíferas y de gas natural).
Sin embargo, aparte de este conflicto bélico de intereses coloniales y
geopolíticos, lo más interesante es el experimento social y político, la
transformación revolucionaria que se está desarrollando en Rojava, que en 2013
declaró su autogobierno en el marco de la guerra civil siria. Desde entonces,
las diferentes comunidades que forman la región se gobiernan a sí mismas sin la
intervención de un Gobierno central autoritario, se organizan de forma comunal
con asambleas que se extienden hasta el nivel de barrio, apuestan por la
autogestión en el ámbito político y económico, en la educación, la salud, la
cultura, la agricultura, la industria, los servicios sociales y la seguridad, y
se interesan especialmente por el papel de la mujer tanto en el campo social
como político.
La reflexión de Öcalan
El pueblo kurdo siempre se ha caracterizado por su gran
determinación en la lucha por el fin de la opresión y la búsqueda de libertad.
También ha evolucionado a lo largo de sus años de resistencia, especialmente a
raíz del encarcelamiento de Abdullah Öcalan, fundador y líder del Partido de
los Trabajadores del Kurdistán (PKK), quien, a partir de su secuestro en Kenia
por el Gobierno turco, se embarcó en una profunda reflexión autocrítica de la
violencia, el dogmatismo, el culto a la personalidad y el autoritarismo que
había fomentado: “Ha quedado claro que nuestra teoría, programa y praxis de la
década de 1970 no produjeron nada más que separatismo y violencia inútiles y,
lo que es peor, que el nacionalismo al que nos deberíamos haber enfrentado nos
infestó a todos. A pesar de que nos opusimos a él en teoría y retóricamente, lo
aceptamos como algo inevitable”. “Un partido verdaderamente socialista evita
tanto las estructuras de tipo estatal y jerárquica como la aspiración al poder
político institucional, el cual se basa en la protección de los intereses y el
poder a través de la guerra”, asegura.
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