El sensible fallecimiento del escritor uruguayo Eduardo
Galeano (3 de Septiembre 1940- 13 de Abril 2015) deja un vacío irreparable en
el mundo de las letras latinoamericanas. Cuesta encontrar hoy una pluma como la
suya, sencilla, mordaz, que desnudó la naturaleza íntima de esa promesa
incumplida que es Latinoamérica, que convertía lo trivial en extraordinario y
lo extraordinario en trivial. Una pluma, ante todo, comprometida con los de
abajo, libre de dogmatismos pero sin miedo al compromiso. Su pluma acompañó a
guerrilleros en la selva, a sindicalistas en su fábrica, a mineros en el
socavón, a corteros en el cañaveral, a toda clase de rebeldes que buscaron ser
dueños de su destino. Su pluma se indignaba pero nunca perdió sutileza.
Denunciaba -cómo denunciaba- aquello que nadie, a su momento, se atrevía a
denunciar. ¿Quién más de los escritores de renombre alzó la voz por Haití,
cuando medio mundo, incluidos algunos “progresistas”, metía su mano en la
ocupación del 2004? Su pluma fue una pluma perseguida, censurada, exiliada, por
muchos de quienes hoy desde el poder le rendirán tributo hipócritamente. Y por
sobre todo, fue una pluma de una genialidad inigualable. Dos de sus obras
cumbres, “Las Venas Abiertas de América Latina” –una historia de nuestros
pueblos desde nuestros pueblos- y “Memorias de Fuego” –tres volúmenes de anécdotas
ordenadas cronológicamente que van tejiendo maravillosamente un retrato
latinoamericano a la vez duro y esperanzador-, permanecen como dos de los
momentos de mayor lucidez del pensamiento nuestroamericano.
Galeano representó la voz de la conciencia latinoamericana, recorriendo en su
obra toda la humanidad de este continente nuestro. Galeano contó lo que los
libros de historia censuraron, lo que los noticieros callaban, escribió en un
lenguaje proscrito por el poder. Con él muchos aprendimos de nuestra historia,
quiénes somos, de dónde venimos, nuestro lugar en el mundo. Con él, aprendimos
a hablar con voz propia. A pensar con cabeza propia. A soñar cuando soñar
estaba prohibido, por los generales y después por la fuerza del mercado. Los
neoliberales trataron de sepultarlo en plena década perdida, en los ‘90, en
medio del festín neoliberal y esa rapiña generalizada, mezcla de carnaval,
mezcla de saqueo de los hunos. Los idiotas útiles de los especuladores financieros,
sus proxenetas, Vargas Llosa y su cohorte de payasos tristes –Plinio Apuleyo y
Carlos A. Montaner-, se fueron lanza en ristre en contra de las “Venas Abiertas
de América Latina” escribiendo como respuesta un libro mediocre, escrito por
mediocres para ser gozado por otros mediocres: el “Manual del Perfecto Idiota
Latinoamericano”. Para la historia los únicos idiotas fueron ellos.
Latinoamérica les demostraría pronto que acá la historia no para, que el mundo
sigue girando sobre su eje… lloran junto a sus tías en Miami o Madrid, porque
los condenados de la Tierra –a los que desprecian desde lo profundo de sus
almas- les están dando una lección de dignidad. Del Manual ya no se acuerda
nadie; las Venas Abiertas sigue siendo un punto de referencia insoslayable para
el pensamiento latinoamericano y universal. ¿Qué más le importa a un roble si
un marrano decide rascarse en él?
Cuando la izquierda latinoamericana se resquebrajaba en sus dogmas y
enmohecidas certezas, Galeano resucitó la dimensión utópica para un proyecto
social alternativo. Alejado de los sermones del cientificismo, nos decía que la
utopía era como el horizonte, que podíamos caminar y caminar hacia él, pero que
siempre se correría un poco. ¿Para qué servía entonces? Pues para avanzar.
¿Cuánto hemos avanzado? Quizás no todo lo que Galeano hubiera querido: nuestras
venas siguen abiertas y su obra sigue siendo, desafortunadamente, casi tan
actual que hace cuatro décadas. Sin embargo, con Galeano, nos despertó la
conciencia. Y con ella, seguiremos avanzando. ¡Hasta siempre, compañero
maestro!
José Antonio Gutiérrez D.
13 de Abril, 2015
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