Colombia ha sido conmovida en los meses recientes por
grandes movilizaciones campesinas y populares. Desde la huelga del Catatumbo
hasta los paros agrarios en distintos lugares del territorio nacional, las
masas han hecho una presencia multitudinaria en la esfera pública, saliendo de
las profundidades y el subsuelo social. Para nadie es una duda que el telúrico
paro agrario y popular que comenzó el 19 de agosto, es un punto de inflexión
innegable en las luchas sociales colombianas que requiere repensar estrategias
y muchas categorías por parte de la izquierda.
Un campo de conflicto se configuró y los sujetos que
emergieron, desde la vida campesina, plantearon duros retos al sistema político
nacional que controla la oligarquía. Los “no lugares” de la política, los no
institucionales, los actores ubicados en los márgenes de la democracia liberal
representativa (burguesa, oligárquica), ganaron preponderancia en el curso de
la sociedad y marcan el desarrollo de la nación.
Un paradigma
nuevo ante una bisagra histórica
Amainada la furia con el repliegue natural de la
movilización social, la que seguro regresará y muy pronto, han surgido los
análisis e interpretaciones sobre lo sucedido y sus alcances. Muchas de las
opiniones se inscriben en el marco de una epistemología atrapada por la rutina
y los lugares comunes, incapaz de romper con los esquemas restrictivos del
democratismo demo-burgués. Repiten tesis de manual que les impide captar la
esencia de lo ocurrido. Parecen vivir en un enclaustramiento perpetuo omitiendo
que la crisis desafía al pensamiento convencional y sugiere otros paradigmas
epistemológicos para ver lo que no es evidente, para captar lo emergente y para
descubrir lo emancipatorio. No se percatan que probablemente las teorías que
tenemos y los conceptos que utilizamos no son los más adecuados y eficaces para
enfrentar los desafíos y para buscar soluciones hacia el futuro.
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