Durante décadas se nos dijo que, desaparecida la guerrilla,
desaparecería el paramilitarismo (según algunos violentólogos, una mera
reacción a la “violencia guerrillera”) y que el Estado ya no tendría excusa
para seguir reprimiendo, encarcelando y asesinando dirigentes sociales.
Afirmaciones contrarias a todo sentido histórico que han sido, lamentablemente,
desmentidas por los mismos hechos en Colombia. Hace dos años que las FARC-EP,
como movimiento guerrillero que combatía las fuerzas del Estado, se han, efectivamente,
desmovilizado. Tienen armas todavía, pero no las usan. Desde los inicios de las
negociaciones de paz, las FARC-EP estuvieron gran parte del tiempo en cese al
fuego unilateral y bajaron su capacidad ofensiva enormemente. Según la teoría
de la guerrilla “excusa” para la violencia paramilitar y de Estado, el número
de asesinatos selectivos debería ir decreciendo y el paramilitarismo debería ir
desapareciendo, al esfumarse su supuesta causa. Sin embargo, pese a la
existencia de un reducto del EPL y la guerrilla del ELN (ambas con una
capacidad militar muy inferior de la que gozaban las FARC-EP), Colombia aún se
encuentra sin paz y ahogada en sangre[1].
El reguero de líderes sociales muertos y asesinados, habla
por sí solo: en el 2014, hubo 78 asesinatos contra líderes sociales; en el
2015, fueron 105; y en el 2016 y los dos primeros meses del 2017, iban al menos
120. El grueso de estas víctimas procedía del suroccidente colombiano, de los
departamentos del Valle del Cauca, Cauca y Nariño -el epicentro del conflicto
social y armado[2]. Los números
van en alza, no en baja. Y ni siquiera se trata ya de debilitar al adversario
durante la fase de negociación: esta ya acabó. Estamos presenciando como en Cien
Años de Soledad, obra de la clarividente pluma de García Márquez, la suerte de
los hijos del Coronel Aureliano Buendía: uno tras otro fueron asesinados en
medio de la noche y niebla, hasta que después del asesinato del último de sus
hijos, un policía se dejó ver de atrás de un árbol. Ya no había nada que hacer
ni quien reclamara justicia. Es una mezcla de revanchismo y el interés de
derrotar absolutamente al otro, de desterrarlo totalmente de la faz de la
Tierra.
Así las cosas, muchos se lamentan si acaso la paz santista
no será otra cosa que la paz de los cementerios. Lo terrible es que la paz
santista ni siquiera garantizará la paz de los cementerios.
Durante mi último viaje al Limón, Tolima, tuve oportunidad
de presenciar la profanación de las tumbas de guerrilleros caídos en combate.
Los pobladores acusaban a miembros del ejército de haber llegado un día, al
parecer “marihuaneados”, y haber destruido un par de tumbas de guerrilleros de
las FARC-EP en el cementerio. No sería esta la primera vez que en la región se
señala a los miembros de la fuerza pública de actuar bajo la influencia de
sustancias: según un informe de afectaciones de la hidoreléctrica en el río
Amoyá realizado por ILSA[3], los
efectivos militares en esta zona consumirían, en altas cantidades, marihuana.
Visité la tumba de Giovanni Díaz, asesinado el día 2 de Febrero del 2013[4], la cual había sido decorada por
familiares y amigos. Tanto el florero como una fotografía de Giovanni Díaz en
su uniforme guerrillero habían sido dañadas. Sus familiares ya habían comenzado
a reparar la tumba, pero la imagen del difunto había sido removida
presuntamente por los militares.
Con todo, este no es ni con mucho el peor caso de
profanación de tumbas en los que se imputa al ejército. Una carta enviada por
la guerrillera fariana Yadira Suárez a la familia del guerrillero Leonardo
Tovar, cuenta, cómo después de su muerte en una crecida del río San Miguel, fue
enterrado junto a otros guerrilleros en un improvisado cementerio:
“Se trataba de un pequeño prado, a la orilla de un camino
veredal, en el que el Frente 48 fue enterrando dolorosamente a sus muertos. (…)
El lugar estaba situado a unos tres kilómetros de las riberas del San Miguel,
en el departamento del Putumayo, muy cerca a lo que llamamos nosotros la pata
de la cordillera, cerca al departamento de Nariño y la frontera con Ecuador.
Los civiles tenían conocimiento de su existencia e incluso manifestaban respeto
por él. Pero un día llegaron los hombres de acero, con el corazón y los
sentimientos tan duros como ese metal, y decidieron minar con explosivos el
terreno y hacerlo volar. (…) todos los guerrilleros del 48 y la población civil
del área lo pueden confirmar.”[5]
El ya célebre cementerio de los Andes, Caquetá, construido
por la comunidad y la columna Teófilo Forero de las FARC-EP, también ha sido en
más de una ocasión amenazado. En él, se entierra a los guerrilleros cuyos
cuerpos recuperan; los que no recuperan, el ejército por lo general les tiran a
los ríos o los abandonan en potreros o los dejan en cementerios como NN[6]. El cementerio de los Andes se
mantiene limpio, bien cuidado y ordenado. No hay muchas referencias explícitas
al movimiento guerrillero –de hecho, la mayoría de las tumbas no tienen ninguna
referencia, otras tienen sólo un nombre en metal, apenas un par tiene
referencias a la lucha de los caídos, otro par tiene nombres completos, y sólo
una tiene una imagen de un muchacho con un fusil. Hace unos años, el ejército
intentó llevarse un cadáver y la comunidad se alzó, impidiéndoles llevárselo.
Hasta un sacerdote tuvo que mediar en este conflicto. Desde entonces no han
parado los rumores de que el ejército va algún día a destruir el cementerio.
Según pobladores, eso lo dicen constantemente los soldados en el retén militar
a la salida de Guayabal, un poco más arriba en el camino. Según la persona
encargada del cuidado del cementerio,
“esto es patrimonio de esta comunidad. Acá están enterrados
familiares, amigos, nuestros muchachos. El ejército varias veces ha querido
destruirlo, pero la resistencia de la comunidad ha sido grande. Muy grande. La
iglesia igual se ha portada bien y nos ha apoyado desde que creamos este
cementerio. Eso fue en el 2002, cuando se acabó la zona de distensión.
Entonces, nos dijeron que tomáramos fotos paso a paso de la construcción y que
si el ejército lo quiere acabar, volvemos y lo construimos igualitico”[7].
Ya no sólo se ha negado, en el contexto del conflicto
armado, que algunos colombianos lloren a sus muertos, a menos que sea el
macabro llanto de alegría por la muerte que Santos confesó cuando el asesinato,
en estado de indefensión y mientras negociaba la paz, del comandante fariano
Alfonso Cano[8]. También se les
niega el derecho a sepultarlos o a hacerlo dignamente. En la mitología griega,
la tragedia de Antígona contaba la historia de una mujer que desafiaba la
autoridad del rey Creonte –quien había ordenado que su hermano debería quedar
insepulto y a merced de los animales carroñeros por un acto de rebelión,
prohibiendo incluso llorarle- y da sepultura a su hermano. Este acto de
desobediencia, del que no se arrepiente, le cuesta una horrible sentencia de
muerte por parte del tirano[9]. La
autoridad, así, castiga a la rebelión hasta en el más allá, proyectando su
poder cuasi-divino sobre vivos y muertos. No les basta con matar al rebelde,
sino que deben matarlo y rematarlo hasta en muerte. Por eso el Estado
colombiano se apropia de los cadáveres de los guerrilleros caídos en combate,
negándoselos muchas veces a sus propios familiares y tomándose el derecho a
sepultarlos ellos mismos[10], si
no a desaparecerlos, como ocurre con el cadáver del cura guerrillero Camilo
Torres que hasta la fecha no aparece.
La comunidad de los Andes no solamente reclama su derecho a
llorar y a enterrar dignamente a sus muertos, sino que además reclama su
derecho a la memoria. “Queremos hacer un memorial. Hay una compañera que está
coordinando eso, no sé si habló ya con ella. Acá hay mucha memoria y no podemos
perderla”, nos dice el cuidador al momento de despedirnos.
Los muertos también se han convertido en un campo de batalla
en Colombia. Cuanto tengamos, efectivamente, paz en los cementerios, es cuando
la paz realmente termine de materializarse en Colombia. Cuando el cuerpo de
Trofijo pueda encontrar un lugar definitivo de descanso, sin el temor de que
paramilitares o el propio ejército lo exhumen para jugar fútbol con su cráneo,
es cuando sabremos que realmente estamos en paz. Cuando los familiares puedan
sacar a los guerrilleros que quedaron enterrados en cementerios escondidos en
la selva y volverlos a sus veredas para despedirse humanamente de ellos. Dudo
mucho que esto ocurra mientras no se derrote a esta oligarquía que ha gobernado
desde los mismos orígenes de la vida republicana de Colombia, y que han sido
los grandes responsables de todas las violencias. Del mismo modo que los vivos
tienen derecho a la vida digna y plena en derechos, los muertos tienen derecho
a descansar en paz. Sí, aunque suene raro, también necesitamos la paz en los
cementerios.
José Antonio Gutiérrez D.
29 de Marzo, 2017
[2] https://es-us.noticias.yahoo.com/ser-defensor-de-los-derechos-humanos-en-colombia-es-mortal-120-asesinados-en-14-meses-150333284.html
[6] Según una
campesina, en testimonio recogido en el Bajo Putumayo, en Octubre del 2014, en
el marco de mi rol como asistente de investigación al profesor Renán Vega en la
Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, “todos somos seres humanos
pero cuando se muere un soldado en un campo minado o se muere por un ataque de
la guerrilla, todos dicen pobrecitos, y lo sacan por los medios de comunicaciones,
y pobrecito y toda la vaina, y todo el mundo llora y a uno también le duele.
Pero entonces cuando matan un guerrillero, entonces ahí todavía tienen el
descaro de decir que le cortaron una mano, que lo llevaron o que quedaron ahí,
si son seres humanos por qué hacen esa clase de publicidad si también es
horroroso para uno saber porque son seres humanos los que se están matando, no
son perros. En el bombardeo del campamento de Raúl [Reyes], nosotros
supimos por cazadores que casi dos horas de ahí del campamento, donde fueron
los bombardeos hacia adentro, hubo cazadores o personas que iban por ahí dentro
a buscar animales que encontraron cuerpos de guerrilleras y de guerrilleros
recostados en los palos que se murieron recostados, heridos, en esas partes de
ahí, y son seres humanos y se quedaron por allá. Y eso nunca lo van a juzgar”.
[7] El
testimonio fue recogido en Junio del 2016.
[8] http://www.elpais.com.co/judicial/las-farc-se-pronuncian-sobre-muerte-de-cano-y-dicen-que-no-se-desmovilizaran.html
[9] La
historia de Antígona sirve de inspiración al ensayo del sueco Roland Anrup “Antígona
y Creonte. Rebelión y Estado en Colombia” (Bogotá: Ediciones B, 2011).
[10] http://www.elpais.com.co/judicial/familiares-de-jojoy-rechazaron-entierro-estatal-del-guerrillero.html
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