He estado dándole vueltas al tema de la coherencia y
consistencia del anarquismo, a determinar qué es en definitiva lo que nos
motiva a declararnos anarquistas y no otra cosa, qué es lo que nos lleva a
vivir una vida donde uno de los temas más recurrentes son la policía, los
seguimientos y la prisión, temas que evidentemente no gustan a nadie pero que
siempre están porque marcan nuestra cotidianeidad. Pienso que el
antiautoritarismo es central en este sentido, es lo que junto con el intento de
libertad nos diferencia políticamente con las otras corrientes políticas y
también dentro del propio anarquismo. Y es que el antiautoritarismo implica un
quiebre con todo lo establecido y con las ideas que son su sustento, entre las
que se encuentra el paradigma “judeo cristiano” de progreso que se encuentra
enquistado en la mayor parte del pensamiento occidental, ya sean revolucionario
o no.
Entonces ¿es necesario quebrar con la tradición de pensamiento judeo cristiano?
Evidentemente. Si el anarquismo pretende romper con lo establecido no puede ser
parte de la reproducción de uno de los pilares de la opresión: el pensamiento
sagrado. Es cierto que gran parte de la corriente ácrata postula que gracias a
la revolución social se logrará un estado de completa armonía, que por la
ciencia se llegará a la plenitud. Esto lo encontramos en la mayor parte de la
literatura anarquista del siglo XIX y principios del XX la cual estaba imbuida
por la ilustración y su consecuente enaltecimiento de la razón. Por lo tanto,
el pensamiento sagrado se mantiene, no se cuestiona, por lo que no se genera
una ruptura real con lo impuesto. El anarquismo se torna sagrado de la misma
forma que lo es el cristianismo.
Sin embargo hay posturas que no siguen tal juego como lo son los planteamientos
de Bakunin y Stirner. El primero, al señalar que toda destrucción es a la vez
creación, se aparta del pensamiento ilustrado abriéndonos nuevas puertas. La
destrucción y la creación serían inseparables, no constituirían fases
separadas, si no que el acabar con lo existente abrirá un amplio abanico de
posibilidades marcadas por la revuelta constante. Por su parte, Stirner afirma
claramente: “no se suprime lo sagrado con tanta facilidad como parecen creerlo
muchos que todavía rechazan esta palabra impropia. Que ese “algo sagrado” sea,
por otra parte, tan humano como se quiera, que sea lo humano mismo no quita
nada de su carácter, como mucho se convierte ese sagrado supraterrenal en un
sagrado terrenal. De divino a humano”. (Stirner: 2007. P44).
La ilustración remplaza ese objeto sagrado: el Estado, resultado y expresión de
la razón, toma el lugar de dios adquiriendo sus mismas características, lo que
le asegura un dominio absoluto. Este “traspaso de poderes” refleja la
continuidad de una determinada estructura de pensamiento que se manifiesta en
gran parte de los movimientos revolucionarios de occidente. Se reproduce el
paradigma de la opresión. En este sentido, se hace indispensable generar una
fractura con “lo sagrado” en cualquiera de sus formas, ya sea ciencia o doctrina
política. De esta manera el cuestionamiento de nosotrxs mismxs y nuestro
entorno intenta eliminar cada expresión sagrada de nuestras relaciones que, en
definitiva, es la manifestación de la autoridad. Somos iconoclastas. Por lo
tanto, pienso que en esta búsqueda debemos ser consecuentes; no somos los
salvadores de nada ni de nadie, si nos enfrentamos al poder es porque lo
queremos eliminar de nuestras vidas y no porque esperamos que de sus ruinas
surja un paraíso. Lo nuestro es la negación completa de lo establecido y lo que
eso pueda deparar es un enigma. Eso es lo nos motiva.
Verano del 2.014.
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