A propósito de la inminente amenaza que constituye el
posible retorno de la mano criminal de Uribe al control del gobierno a través
de su pusilánime muñeco Zuluaga, el ahora restituido alcalde y la seguramente
restituible senadora han afirmado su apoyo contundente a Santos aduciendo que
en él reposa la llave de la paz. Petro y Piedad y con ellos todo aquel que ha
decidido reelegir a Santos para “reelegir la paz” han pasado de contestatarios
a cómplices. Confundir la impugnación a escenarios funestos como el de la
llegada al poder de Uribe y Zuluaga con salidas risibles como la de la
reelección de Santos es un error. Entender en el apoyo al opresor una salida
hacia un escenario de opresión lo es aún más.
Varios sectores de oposición han manifestado ya la posibilidad
de votar por Santos en un repugnante escenario de segunda vuelta en el cual
Zuluaga no sólo confronte a Santos sino que además tenga buenas probabilidades
de triunfo. Aduciendo al miedo – un miedo veraz, sustentado en 8 años de
Uribismo cruento y asesino -, la posibilidad de apoyo a una cara más amable de
la opresión se ofrece como una solución dolorosa. Pese a ello, hay dos
tensiones que se asoman en una toma de posición como esta. En primer lugar, por
cuanto esta toma de posición transgreda el límite de una desesperada última
instancia y devenga en un apoyo no sólo anticipado sino entusiasta, hay allí
una muestra de traición a un historial de oposición. Las versiones más
explícitas de esta primera tensión son los nuevos cómplices Petro y Piedad. La
segunda tiene que ver con que un escenario de última instancia no puede hacer
perder de vista el horizonte sobre el cual están trazadas las apuestas más
profundas de transformación. En la medida en que este horizonte sea la
construcción de poder popular por vías distintas a las de un trágico ceñirse al
repugnante panorama electoral que nos ofrecen hoy los dos candidatos que
puntean las encuestas, la opción entonces debe ser - antes que el miedo y la
conmoción – la de la firmeza en una lucha popular que llegue a ser capaz de
enfrentar a cualquier criminal con poder.
La cuestión de la decisión por una complicidad
disfrazada de estrategia seguramente pasa por motivaciones múltiples e
inciertas de parte de quienes apoyan ahora a Santos: desde conspiraciones no
elucidadas hasta fluctuaciones ideológicas bien lesivas. El argumento más claro
dentro de todo ello, abanderado por lxs mismxs nuevxs cómplices, es sin embargo
el de la necesidad de reelegir a Santos como vía óptima de consecución de la
paz y es de hecho de ello de lo que podemos hablar más fehacientemente. Dicho
argumento se agota en el hecho mismo de que Santos no es el dueño de una paz
que corresponde al pueblo. Varias consideraciones habrían respecto a este punto
principal.
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