Militarización y dominio paramilitar sojuzgan con violencia
a los habitantes de esta región colombiana, donde el 80 por ciento de los
habitantes vive en la pobreza y a la que el capital pretende explotar todavía
más.
Buenaventura, Colombia. La sangre hiede, como los
gritos de los picados cuando su cuerpo es hecho polvo, atraviesa las paredes de
madera, que separa cada casa en los barrios de Bajamar, en sus maderas van
quedando huellas de lo que un día fue sangre y que poco a poco desaparece con
la mugre. Pero el olvido se mata, los NN, los que ya han sido asesinados o
desaparecidos aparecen en medio de la bullaranga, del terror y del miedo, la
gente no quiere más.
Allá en Buenaventura ya no se proyecta sino que se instituye
un modelo de desarrollo con publicidad y muerte. Allá no se usan los metales
sobre el cuello o sobre los pies. El metal se ha convertido en violencia de
terror y en el control sobre cada calle y cada movimiento a través de jóvenes
afros vinculados al paramilitarismo con está neo esclavitud se consolida un
control sobre el territorio conforme a los propósitos del mercado mundial.
Pasear por los barrios El Lleras, San José o Sanyu, La
Playita, Viento Libre, Muro Yusti, Campo Alegre, Santa Mónica, Morrocoy,
Arenal, Piedras Cantas, Alfonso López, Palo Seco, El Capricho y La Palera en
Buenaventura es congelar las imágenes del tráfico africano a las Américas pero
en los tiempos de la llamada modernidad. En todos ellos existen casas de
“pique”, son parte de la memoria viviente y presente, no son una invención o
fantasmas inexistentes, no son mentira son una realidad.
Además de los afros que las perciben los indicios se
encuentran con las aves de carroña, aquellas que se ven revoloteando sobre el
mar en círculos de color negro, ellas avisoran lo que ya está muerto, se nutren
de la muerte, pero a diferencia de los paramilitares, los chulos lo hacen para
sobrevivir, para resignificar los deshechos, entre ellos el cuerpo humano. Allá
entre el movimiento circular de las aves oscuras, la cadencia del cuerpo
convertida en mercancía o en pecado, según, la norma paramilitar, es usada como
carnada para ir moldeando la sociedad que se proyecta detrás de esa
criminalidad. La mujer es danza, es placer a la vista o para satisfacer la
pasión machista, para atrapar a los enemigos o para ser parte de una red
sexual.
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