martes, 29 de marzo de 2016

El Fantasma del Apagón

Hace un par de meses desde las altas esferas del Estado  en cabeza de Juan Manuel Santos, se ha venido cocinado en la cabeza de todas las personas que residimos en Colombia un miedo por el posible apagón que se podría generar si las personas de a pie no ahorran energía y agua en el marco de los estragos del  mentado “Fenómeno del niño”. Más allá del hipócrita reclamo del Estado frente a las ciudadanas al mismo tiempo que es permisivo con los desmanes que genera la gran  Minería,  la corrupción innata del sector Energético del país, entre otras, en esta oportunidad queremos ahondar en las formas históricas por las cuales el Estado ha optado para seguir controlando a su población, siempre recalcando la falta de regulación de las colombianas cuando es hora de ahorrar, y por consiguiente, lavando su imagen frente a la crisis energética a la que se enfrenta el país.

Para ello trataremos de enfocar este artículo en  3 factores a saber:  los aspectos sociales, ambientales y estructurales que posibilitan esta situación.

La culpa la tiene el incrementado consumo de las ciudadanas.
El Estado enfatiza su estrategia de miedo apuntando a las viviendas de estratos 1, 2 y 3 de las principales ciudades de Colombia, en las que se destacan, Bogotá, Medellín y Cali. Apunta a este grupo focal argumentando que es el sector de la sociedad que más consume energía según estadísticas de la Unidad de Planeación Minero Energética –UPME-[1], esto no nos sorprende, pues sencillamente las viviendas de estratos 1, 2 y 3, albergan alrededor de 43 de los 45 millones de personas que habitan en Colombia. He ahí que el gobierno se esté dirigiendo a la inmensa mayoría de colombianas.

Descaradamente el Estado promueve una campaña de consumo con bombos y platillos llamando a la solidaridad, haciendo el papel de  víctima frente al consumo desaforado de la población sin mencionar las causas reales del actual estado de las cosas. Por ejemplo, no hace mea culpa frente a la obsesión de convertir a las ciudadanas en entes de consumo, vendiendo sin control el último televisor o teléfono  celular, promoviendo  que en festividades como la  Navidad se ilumine las casas con luces estrambóticas y electrodomésticos de alto consumo, entre otros artilugios propios del fetichismo de la mercancía según rezan los valores del capitalismo.

El Problema real es el Fenómeno del Niño.
Ya hemos señalado en anteriores escritos[2] la hipocresía por parte del Estado, al limpiar su imagen frente al ecocidio capitalista que viene cometiendo, en diferentes regiones, apostándole a su aplanadora minero-Energética, que se supone sería  el motor que potenciaría  de la economía nacional de una forma nunca antes vista. Para tal fin, no se ha titubeado en solucionar “gerencialmente” aquellos elementos considerados como  un estorbo para las finanzas del país al querer desechar las rentas que generaba una empresa estatal como ISAGEN, montando la pantomima según la cual todas las colombianas –léase el Estado- estábamos perdiendo plata con dicha empresa ya que era inviable según el manejo maniqueo de cierta información. En consecuencia, debía ser vendida al ¿“mejor”? y único postor, ¡como siempre una Multinacional que si encuentra la rentabilidad que el Estado niega.!
Su argumento se enfoca a su vez, en que debemos cuidar fuentes naturales como  lo son los ríos, olvidando que gracias a sus jugadas, estos se van privatizando y terminan por convertirse en una palabra más en los libros de Ciencias Sociales carente de todo significado sin nada tangible en la realidad, tal como sucede en el caso del Río Sambingo, el cual desapareció gracias a la minería ilegal, cuestión  que no deja de ser un coletazo del modelo extractivista que desde hace unos años se viene tratando de imponer en la agenda pública de manera inconsulta en plena concordancia con la fase Neoliberal del Capitalismo[3] criollo.

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