Desde el pasado 26 de septiembre, en México, se ha extendido
la rabia y el dolor que sale a las calles, que a veces pareciera que se
desborda, que aflora a raíz del detonante que implica la desaparición forzada
de 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, que es sólo la punta de un largo
camino de dolores, miedos y rabias que hoy, en los rostros de nuestros
compañeros desaparecidos se expresan, donde están o debieran estar incluid@s
l@s cientos de miles de desaparecid@s y las decenas de miles de personas asesinadas,
que en la última década, los grupos del narcotráfico, junto con los diferentes
cuerpos policiacos, militares y paramilitares del gobierno mexicano, han
sembrado por todo este territorio adolorido, sin olvidar a l@s desaparecid@s
polític@s y asesinad@s que, desde la llamada guerra sucia, los cuerpos armados
del Estado mexicano y sus paramilitares, aliados hoy a toda la “clase” política
(incluyendo a los partidos que se reivindican de “izquierda”), han sido
impuestos sobre quienes luchan por construir otra historia, sin olvidar tampoco
a las miles de mujeres, asesinadas y violentadas en sus cuerpos y sus vidas
tanto por la propia sociedad en general (que permite, ejecuta en manos de los
asesinos, tolera y menosprecia el odio feminicida que va sembrando muerte entre
las mujeres) como por las fuerzas de seguridad a nivel federal, estatal o
municipal.
Sin olvidar tampoco la historia de despojos en contra de los
pueblos campesinos e indígenas, que busca arrebatarles no sólo tierras, sino su
historia, su identidad y la posibilidad de existir en base a sus propias
formas, sin olvidar la historia de explotación constante y cotidiana, esa
violencia “silenciosa” que se impone día a día sobre las y los
trabajadores en las fábricas, maquilas, calles, callejones, esquinas,
comercios, campos agrícolas y los etcéteras que existen, sin olvidar la
brutalidad policiaca cotidiana, ejercida en cualquier calle, en contra de hombres
y mujeres y toda una larga historia de agravios en contra de los pueblos, pero
que hoy, toman forma y se hacen expresas con la rabia que Ayotzinapa nos
significa.
Esta rabia, toma diferentes formas y manifestaciones, que
van desde los paros estudiantiles, liberación de casetas de peaje en las
autopistas del país, boicots en contra de centros comerciales, expresiones
simbólicas de solidaridad, que no por simbólicas son menos necesarias, que
buscan en conjunto, ampliar la rabia, haciendo de Ayotzinapa, algo que no
seamos capaces de olvidar y relegar, también se han dado acciones de verdadera
insurrección social, en específico en el estado de Guerrero, donde los padres
de los desparecidos, los estudiantes normalistas y el magisterio democrático,
junto con policías comunitarias y organizaciones sociales se están movilizando,
gritando su rabia, que se ha hecho presente en contra de edificios y
propiedades del gobierno, de los partidos políticos todos y de empresas
privadas.
También se van despertando expresiones violentas de rabia en
otras partes del país, que van desde los reclamos a los miembros del PRD que,
cínicamente, pretenden hacer cómo que ell@s nada tienen que ver con lo ocurrido
en Iguala y con la podredumbre de la política Estatal (por muy de izquierda que
se digan) y que han querido usar Ayotzinapa como trampolín político o bien,
imponer un silencio cómplice al respecto, llegando hasta las acciones
realizadas en contra de las sedes de los partidos políticos, fuera de Guerrero,
y que en la ciudad de México, en semanas pasadas se expresó con el fuego que
intentó quemar la puerta Mariana del Palacio Nacional, que fue evitada por la
tecnología antiincendios y el reforzamiento físico que la hace diseñada para
soportar mucho más que fuego y patadas, y en contra de una estación del
metrobús al sur de la ciudad de México, así como también en la respuesta a las
provocaciones policiales en ciudad universitaria, donde en días pasados
policías de la PGJDF montaron una provocación afuera del Auditorio “Che Guevara”,
para posteriormente, por la noche intentar irrumpir con el cuerpo de Granaderos
de la SSP-DF en terreno universitario, acción que fue repelida por quienes
resguardan el espacio tomado desde el año 2000.
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