jueves, 13 de noviembre de 2014

Cultura obrera y autogestión en la ruta de la libertad humana

La cultura obrera

A lo largo del siglo XIX y primer tercio del siglo XX se gesta y desarrolla la cultura obrera de la solidaridad y la ayuda mutua. En el curso de este memorable ciclo histórico, el proletariado europeo funda cooperativas de producción y consumo, sindicatos, cajas de solidaridad, escuelas, ateneos, centros recreativos y otras organizaciones destinadas a autoeducarse, mancomunar sus esfuerzos y deliberar sobre la manera más idónea de ofrecer resistencia a la burguesía y luchar por el advenimiento de una sociedad basada en la igualdad y la justicia distributiva. De la misma manera que en los tiempos de Sócrates los atenienses acudían al ágora para deliberar en común sobre sus problemas, los trabajadores se reunían en sus locales para asistir a actos culturales, para coordinar su proceso de resistencia o simplemente para conversar con sus compañeros. 

En el curso de su confrontación con los capitanes de industria y los magnates financieros, el proletariado crea paulatinamente formas de conducta y hábitos mentales radicalmente opuestos a los del mundo burgués. La fuerza motórica de la cultura obrera arrancaba de la idea de que la vida humana sólo puede desarrollarse dignamente a partir de la puesta en pie de un sistema económico y social basado en el mutualismo, el comunitarismo y el colectivismo. Se olvida que el signo más genuino y específico del proletariado heroico no fue su lucha económica contra sus explotadores burgueses , sino los valores humanos, éticos, espirituales e intelectuales que postulaban. Eso explica que junto a las reivindicaciones de orden material, la preocupación central de la militancia obrera era la de cultivar la pureza de costumbres, la rectitud moral y el ennoblecimiento del alma. Juan Peiró, destacado militante de la Confederación Nacional del Trabajo, expresaba muy bien esta voluntad de autoperfeccionamiento al hablar de la "espiritualidad revolucionaria" que alentaba en su corazón y en el de sus compañeros. Benoit Malon, una de las figuras más representativas del sindicalismo francés, no quería expresar otra cosa cuando en los tiempos de la I Internacional dijo que "toda transformación económica y política de la sociedad significa una revolución moral". Fueron los valores éticos que profesaban y practicaban los que les dieron la fuerza interior necesaria para sostener su lucha encarnizada contra la injusticia y afrontar con serenidad el riesgo constante de la persecución, el ostracismo, la cárcel o el piquete de ejecución.

Autogestión

Si he traído a colación el testimonio de la cultura creada por la clase obrera en el período clásico de la lucha de clases no ha sido ciertamente para practicar arqueología histórica o por nostalgia sentimental, sino porque creo firmemente que esa cultura es hoy más actual que nunca y puede servirnos de base a la hora de plantearnos la confrontación a fondo con la civilización de la muerte. Y por eso mismo estoy persuadido de que rescatar del olvido y reactualizar esa cultura se ha convertido en una necesidad imprescindible.

Aunque el término técnico de autogestión no empezó a ser usado hasta años después de terminada la II Guerra Mundial, la esencia de su contenido se halla en el humanismo obrero que acabamos de describir. Y para convencernos de ello no necesitamos más que tener presente el cordón umbilical que une la idea autogestionaria y la praxis del sindicalismo de origen libertario. En sentido etimológico, la palabra "autogestión" significa gestión propia y autónoma, libre de toda heteronomía o coación externa. Es, pues, sinónimo de autodeterminación o autogobierno. En sentido sociológico, indica la gestión independiente de un grupo o colectividad de individuos voluntariamente unidos entre sí para realizar un fín común. En términos más específicamente político-económicos, se entiende por autogestión un modelo de organización laboral-productivo basado en la gestión autónoma de los propios trabajadores. Creo que no se necesita ningún gran esfuerzo mental para convencerse de que lo que desde hace varias décadas viene denominándose "autogestión", lejos de ser una novedad histórica, corresponde a la vieja praxis del ideario libertario, desde la Comuna de París a la colectivización de la economía durante la guerra civil española de 1936-1939.

Y a quienes me objeten que los tiempos han cambiado y que en la sociedad actual ya no es posible realizar el ideal autogestionario, les responderé que de la misma manera que existe una philosophia perennis invulnerable al paso del tiempo, existen valores humanos y sociales con vigencia eterna como la libertad, la dignidad o la conducta ética. Y por si esto no bastara para responder a quienes estampillan el humanismo autogestionario como un bello recuerdo del pasado y como un anacronismo, añadiré que los principios constitutivos de la concepción autogestionaria tienen su fundamento en la misma estructura antropológica del hombre: el instinto individual y el instinto social. El pensamiento autogestionario no es más que la síntesis de estos dos principios genéticos que la naturaleza nos ha dado.

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