El universo de la pantalla entraña un infinito de
posibilidades, como la libertad. Ésta ha sido un laboratorio de formas y
contenidos cinematográficos, de la misma forma que ha querido y ha podido
serlo, por ejemplo, el arte: como argumento necesario de los anhelos más
sentidos de la historia y las pasiones más íntimas en las que palpita todo lo
humano. El cine, como expresión artística, vino a ampliar el espectro de las
utopías. La imagen en movimiento fue, desde su inicio, una proyección de
libertad y esa ventana indiscreta, multiplicó su horizonte; la hizo revivir en
la imaginación, dejando renovada constancia de su lucha contra los dogmas
establecidos, los prejuicios, los tabúes o los miedos que le encarcelan el
alma.
A partir de su invención, directores y guionistas, desde diversos ángulos, han
entablado a través de la cinematografía un dialogo fecundo con la libertad y
continúan rastreando el eco de sus pasos por el ancho mundo. No en vano, es
gracias a ésta, a su fuerza luminosa, que el cine pulsa por no convertirse
únicamente en ese gran hipnotizador de las masas urbanas, quienes a través de
la industria generalizada del entretenimiento buscan un pasatiempo más, que en
lo posible no contradiga el curso normal de la realidad impuesta. El cine como
aventura imaginaria crea espacios de libertad, en los que el pensamiento
crítico se manifiesta encontrando un modo contemporáneo de oxigenar la cultura
y la libre expresión.
Partiendo, entonces, de un rastreo critico que para nada pretende ser
exhaustivo, intentaremos ofrecer un panorama, brindado por los recursos de la
cinematografía, a favor de las causas que encarnan las luchas por la libertad.
Este recorrido reflexivo quiere dar cuenta de películas ampliamente conocidas, así
como también de otras que no gozaron, precisamente por su contenido, de un
mayor reconocimiento masivo u oficial, pero que no por ello dejan de ser
referentes históricos importantes a la hora de plantear un tema tan afín con la
humanidad.
Para nosotros la libertad
"Para nosotros la libertad" (René Clair, 1931) es una comedia musical
presentada a través de dos simpáticos presidiarios, cuyo núcleo argumental pone
de relieve el cuestionamiento de lo que, más tarde, se consolidaría como la
Sociedad de Consumo. Frente a este culto desmesurado al trabajo y al
endiosamiento de la producción en serie, René Clair exalta, en esta cinta, un
espíritu lúdico pleno de gracia: lo que el yerno de Karl Marx, en un inusual
libro, dio en nombrar como El derecho a la pereza. La película de manera
intuitiva y sutil, prefigura los debates entre quienes son acérrimos
partidarios de una moral del trabajo que condena el ocio, y plantea una
disciplina de hierro, en contraposición a los haraganes, quienes desde otra
orilla libertaria, ven las fabricas como cárceles sin grilletes y dudan del
trabajo obligatorio, en el que no tienen más remedio que ser piezas del
engranaje, en la cadena de producción.
La fábrica de René Clair es, efectivamente, una prisión. Los reclusos son
trabajadores obedientes y presas de una ideología casi religiosa: el trabajo
repetitivo unido a la falacia de que su obligatoriedad se debe llevar con
orgullo porque representa la “verdadera libertad”. Sin embargo, por paradojas
de la trama, la empresa es cedida a los trabajadores en unas condiciones
óptimas de desarrollo automatizado y tecnológico; ellos, dueños de la
producción y de su tiempo libre, terminan gozando de su ocio, mientras celebran
su buena vida a costa del trabajo realizado por las máquinas. Como nota curiosa
de su época, este final utópico, y algo idílico, fue visto por el partido
comunista francés como de índole anarquista. En sus memorias René Clair al
comentar esa reacción adoptó el rótulo, con la misma ironía con que escribió y
dirigió la película.
La clase obrera va al paraíso
La película "La clase obrera va al paraíso" (Elio Petri, 1972) desde
otra mirada más escéptica, combate la esclavitud del trabajo, por su violencia
y estupidez a la que, en aras del rendimiento en la producción, es sometido el
cuerpo y el espíritu. La cinta retrata la vida cotidiana de un obrero
siderúrgico, encarnado de manera formidable por el gran actor Gian Maria
Volonté. Cuando éste entra en contradicción con el trabajo a destajo, forma
mediante la cual las grandes empresas presionaban al trabajador para que en
menor tiempo produjera mucho más, pasa de la sumisión mecánica a la rebelión
desesperada.
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