En julio de 1944 se ideó la creación del Fondo Monetario
Internacional en la reunión de Bretton Woods. La Segunda Guerra Mundial aún no
había terminado y se pensaba ya en cómo reorganizar la economía luego de 30
años de conflagraciones bélicas y crisis económicas. Para ello era
indispensable ordenar a escala global las funciones del dinero y las relaciones
financieras mediante las corrientes de capitales.
La disputa era política. En eso consistía el enfrentamiento
entre White, el representante estadunidense, y Keynes, el británico. La
hegemonía política y militar que resultaría del fin de la guerra tenía que
manifestarse de manera práctica en el poder del dinero. El dólar habría de
constituirse en el dinero mundial
La libra esterlina había cumplido ese papel, pero Gran
Bretaña ya con un poder colonial aún no acabado pero, ciertamente, muy menguado
y además destrozada por la guerra, no podía seguirla imponiendo como medio de
pago y reserva de valor en las transacciones internacionales.
Las consideraciones técnicas de cada plan, el de Keynes y el de White,
propuestos para el nuevo orden económico estuvieron en un segundo plano. No
había manera de que Estados Unidos renunciara a su capacidad de imponer el
dólar. Su economía no había sido dañada, sus fábricas operaban a toda capacidad
volcadas a la producción militar, la infraestructura estaba intacta y su fuerza
de trabajo había sostenido la productividad. Había ganado la guerra y esa era
una condición decisiva. Los dólares financiarían la reconstrucción europea,
expandiendo las exportaciones que habrían de ser pagadas con el financiamiento
en dólares abastecido mediante las instituciones creadas en Bretton Woods, el
FMI junto con el Banco Mundial (originalmente el Banco Internacional para la
Reconstrucción y el Desarrollo).
Así se crea un dinero mundial, con poder, capacidad y toda
la intención de ejercerlo. Y así se sostiene el rápido crecimiento de una
economía, financiando las importaciones de sus productos en otros mercados.
Esta es la relación entre la balanza comercial y la cuenta de capitales. El FMI
sería clave para mantener la estabilidad financiera y prevenir los
desequilibrios que provocarán devaluaciones, endeudamiento en exceso y mantener
la capacidad de pago. Para ello aplicaba severas condiciones para el ajuste.
El sistema de Bretton Woods funcionó hasta que los enormes
desequilibrios económicos internacionales que produjo la guerra se ajustaron, al
crecer la capacidad productiva de los otros países. El caso es que estos nuevos
competidores de Estados Unidos eran principalmente los derrotados y en la
guerra: Alemania y Japón. La reconstrucción tuvo un claro componente
geopolítico de contención de la URSS. Esto no es una ironía de la historia, era
una necesidad para renovar los patrones de la acumulación de capital,
acrecentar la demanda y generar más ganancias.
Cuando esos países dejaron de demandar dólares para importar
se acabó de facto el sistema de Bretton Woods. Richard Nixon desactivó en 1973
una de las reglas básicas que era la convertibilidad del dólar en oro. Cuando
se acrecentó la exigencia de cambiar los dólares acumulados por las
exportaciones de Europa y Japón el asunto llego a su fin.
El FMI debió ajustarse a las nuevas condiciones. Se cerró la
etapa de fuerte crecimiento económico con estabilidad y se abrió la etapa de
inestabilidad y crisis recurrentes. La política monetaria y fiscal de Estados
Unidos se manifestaba ahora de formas muy distintas en la economía mundial y
los flujos de capitales. Sobre todo las inversiones no productivas provocaron
desajustes en la paridad de las monedas y divergencias en las tasas de interés.
Se alentó el endeudamiento externo, se tuvo que acomodar a los nuevos jugadores
con cada vez más peso comercial, en materia de inversión y como parte de la
creciente especulación internacional que persiste sin freno. Las crisis se han
sucedido desde entonces, los flujos de capital son cada vez más grandes y con
capacidad de desquiciamiento. Esto se aprecia en todas las economías, es un
rasgo clave de la economía contemporánea.
Uno de los asuntos que planteaba expresamente el plan de Keynes en el debate
para crear el FMI era, precisamente, el control de los flujos de capitales para
prevenir sus efectos adversos en la estabilidad del dinero. Y eso es
precisamente lo que ha ocurrido desde mediados de la década de 1970, y en
México la experiencia es bien conocida a partir de la fuerte crisis de 1982 y
el repaso de 1994.
A medida que el proceso de desajuste monetario avanzó hasta la crisis de 2008,
el FMI se ha ido relegando en su capacidad de actuar para prevenir las crisis
financieras, son las entradas y salidas de capital financiero las que imponen
las condiciones. Me parece que Keynes ha sido reivindicado en su apreciación
teórica, pero la expansión de los capitales financieros y la enorme cantidad de
los flujos y su rapidez de movimiento a escala planetaria lo hacen aparecer
hasta cierto punto como ingenuo. Ningún organismo financiero internacional o
banco central piensa en alterar las condiciones de los movimientos de los
capitales. Cuando mucho se pretende poner un impuesto, la llamada tasa Tobin.
El FMI no es lo que fue. Ha sido menguado además por grandes fisuras institucionales
como los fiascos de los tres anteriores directores Horst Kohler, Rodrigo Rato y
Dominique Strauss-Kahn. Hoy, como consecuencia de la crisis financiera de 2008
va a la zaga de la Reserva Federal y su papel protagónico para imponer un
cierto orden monetario, y del Banco Central Europeo, más tardado en su
intervención en los mercados. De imponer políticas expansivas como ocurrió en
1945, ninguno destaca por audaz y se sigue imponiendo la austeridad como medida
disciplinaria, no de los gobiernos como se hace creer, sino sobre los
ciudadanos.
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