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Independiente de las lecciones que la izquierda deba sacar de este proceso
electoral para lograr la unidad popular e impulsar los cambios de fondo que el
país necesita (algo que cada vez es más claro no será hecho en el terreno de
los electoral), hay un fenómeno, más sociológico que político, que creo
interesante desgranar. Me refiero al uribismo. Se ha convertido en un lugar
común afirmar que Uribe es el “expresidente más popular de todos los tiempos”
(algo que, de por sí, dice muy poco), afirmación en la que se dan la mano
opinólogos, socialbacanos y derechistas. Estas nuevas elecciones han servido
para que el uribismo mediático recargue sus baterías. Pero, ¿qué tan
uribista ha sido el pueblo colombiano? Esta es una pregunta que no ha sido
abordada de manera rigurosa por las ciencias sociales. Un infranqueable muro
ideológico, tendido por la oligarquía y sus medios, ha hecho imposible esta
tarea pues, por años, quienes cuestionábamos la supuesta idolatría generalizada
a Uribe Vélez, éramos descalificados inmediatamente con toda clase de insultos
y epítetos de la ultraderecha rancia, que van desde “mamerto” hasta
“narcoterrotista”. Era impensable cuestionar las “verdades” producidas por
Gallup, El Tiempo, El Espectador, Caracol, etc. Y una gran mayoría de los
científicos sociales colombianos, también miembros de la élite de comparsa, fue
cómplice, se silenció y no cumplió con su labor académica de cuestionar las
“verdades incuestionables”. Hay buenas razones para ello, pues en ese mismo
momento la persecución contra el pensamiento crítico alcanzaba su clímax con el
montaje en contra de Miguel Ángel Beltrán y los recintos universitarios en todo
el país se paramilitarizaban y llenaban de informantes. Los cuales siguen ahí.
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