Recientemente escribí un breve artículo titulado Je ne sui
spas Charlie (Yo no Soy Charlie) sobre la respuesta que suscitó la
masacre de los caricaturistas de Charlie Hebdo en París en los medios
comunicativos y sociales, así como sobre ciertos contenidos de la revista, en
particular la trivialización del asesinato de musulmanes. Este artículo ha
despertado una viva polémica que no necesariamente ha tenido que ver con la intención
con que el artículo fue escrito, pero que sin embargo ha servido para estimular
un debate en momentos en que desde todas las esquinas buscan acallarlo con
consignas fáciles. Un amigo decía que lo único que vale la pena escribir es lo
que molesta al poder y al pensamiento hegemónico, aunque éste se disfrace de
alternativo.
Dentro de los maniqueísmos impuestos (estás con Charlie o con el
islamismo), a muchos les parece sorprendente que alguien pueda repudiar a la
vez el ataque a la oficina deCharlie Hebdo y las caricaturas de esta
revista. Sea por estrechez mental, mala comprensión de lectura, mala fe o lisa
y llana estupidez, hay quienes han llegado a la sorprendente conclusión de que
denunciar el carácter racista –evidente- de muchas de las caricaturas del Charlie
Hebdo significa, en el mejor de los casos, “hacer el juego a los
terroristas” o, en el peor de los casos, avalar la masacre. No ponerse la
camiseta Yo Soy Charlie te convierte en sospechoso, en uno de los
“otros”. Pues yo no entro a ese chantaje. Creo que es un deber moral no
solamente repudiar el ataque, sino sobre todo y con más fuerza, oponerse a esta
avalancha de racismo y xenofobia que inunda a Europa, donde 80 años después el
neonazismo se está poniendo de moda nuevamente, precisamente, gracias a la
islamofobia. Así mismo, hay que oponerse a las representaciones culturales que,
manipuladas o no, consciente o inconscientemente, se están utilizando para
fomentar el odio. Posición que no es nada fácil en medio del macartismo
reinante y de la actitud refleja de muchos a ponerse la camiseta Yo soy
Charlie siguiendo ciegamente las tendencias de facebook.
Los que son y los que no son
Pero también desató la reacción de muchos detractores, desde diferentes
ángulos. La agresividad de algunos es claramente reflejo del ambiente de
beligerancia que se nos infunde desde los medios de comunicación de masas como
parte de la “Guerra contra el Terrorismo” y que se respira particularmente
pesado acá en Europa. Basta ver los comentarios que suscita cualquier mención a
árabes en internet para darse cuenta que hay una islamofobia impresionante:
agresividad que, lejos de ser puramente discursiva, se refleja en ataques
contra miembros de la comunidad árabe europea, en agresión simbólica e
insultos, en apoyo abierto o tácito a bombardeos en tierras árabes o al
estrangulamiento de Palestina. La semana ha terminado con los extremistas
abatidos después de una cacería implacable que no podía terminar en nada más
que en su muerte; pero todavía quedan cinco millones de musulmanes en Francia,
todos potencialmente peligrosos, todos amenazantes, todos culpables hasta que
no se demuestre lo contrario. Una buena dosis de paranoia es necesaria para
alimentar este despreciable sentimiento: cualquiera que escuchara hablar a
ciertos comentaristas se imaginaría que vivimos en una Europa dominada por
clérigos islamistas que imponen la sharia, que acorralan al pensamiento secular
y al cristiano, y se roban “nuestras” mujeres. Steve Emerson, por ejemplo, un
supuesto experto en “terrorismo”, decía en Fox News que Birmingham
era una ciudad totalmente islámica a la que no podían entrar gente que no fuera
de esa religión[3]. Aunque la estupidez de este comentario no pasó
desapercibida, existe una corriente de opinión que cree, contra toda evidencia,
que estamos rodeados y tenemos que ir por ellos, cogerlos donde se escondan, en
sus barrios o en sus países, y seguir así alimentando esta interminable guerra
civilizatoria.
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