La atomización se diferencia de la diversidad en cuanto que
lo primero supone el aislamiento, una profunda división interna, una disputa de
egos y personalismos que impiden el debate sano, y la diversidad es la variedad
de puntos de vista que en conjunto forman un ente dinámico, en los cuales,
dichos puntos de vista mantienen una relación dialéctica. La atomización nos
conduce al ostracismo, la diversidad, a garantizar nuestra supervivencia.
El sectarismo es hacer política desde grupos herméticos y solo para sí. Esto no
es trabajar en pos de avanzar hacia una revolución social, sino folclore y
autocomplaciencia. El actuar al margen de todo lanzando consignas maximalistas
y alejado de la realidad de las luchas sociales también es una estética, es
gastar inútilmente las fuerzas haciendo proselitismo. Podría polemizar mucho
sobre el tema de las subculturas y tribus urbanas pero no voy a tratar aquí,
solo apuntar que estas estéticas de rebeldía en general no responden
necesariamente a la política anarquista. Pero desgraciadamente, existen clichés
y estereotipos que identifican el anarquismo con el punk, lo cual es
despolitizar el anarquismo al reducirlo a una simple estética. Esto va unido al
culto a la violencia, la cual muchas veces no se leen los trasfondos ni otros
factores como el contexto, los movimientos sociales, el tejido social, etc,
sino que se cae en la ilusión de que destrozando cosas se está avanzando hacia
la revolución., cuando lo que realmente permite el avance de las luchas es la
creación y fortalecimiento del tejido social, las organizaciones populares,
sindicales y políticas, etc… o capacitación material del pueblo y la clase
trabajadora. Del sectarismo, la estética y el folclore se origina el
infantilismo político, que es la incapacidad para ofrecer análisis rigurosos de
la realidad social, lo que impide sacar propuestas políticas concretas en el
presente, y ampararse irracionalmente en la ideología para lanzar críticas
destructivas a todo aquello que se salga de un determinado marco ideológico,
táctica o estrategia de acción.
La ideología ha de servir como base para dotar de orientación política a los
movimientos sociales, no tiene que ser una enorme losa, un enorme peso muerto que
lastrea las luchas. Y los principios que tenemos son para aplicarlos y ponerlos
al alcance de cualquiera que aspire a un cambio radical en la sociedad,
demostrar que son medios útiles y no simple palabrería y estética. Es
importante saber leer los contextos en que nos encontramos, que no estamos
solas, que todo sigue unos procesos y dependerá de cómo actuemos, con quiénes
nos aliamos y con quiénes no, conozcamos quiénes son los enemigos y quiénes,
posibles aliados. Así, la ideología debe ser algo dinámico, no inmutable e
invariable en el tiempo y en el espacio porque las sociedades están en
constante cambio y existen multitud de coyunturas según en qué parte del mundo
nos encontremos. No tener en cuenta estos factores es caer en abstracciones
ideológicas e idealismos, lo que se traduciría en inoperancia. Por ello, saber
adaptar la ideología a los diferentes contextos es vital para poder construir
alternativas políticas posibles.
La organización es siempre una herramienta, nunca puede ser
tomada como un fin en sí, sino como medio para alcanzar unos objetivos. Tan
pernicioso es la organización por la organización, es decir, tomarlo como fin
en sí mismo, como la informalidad o el rechazo a la misma, o sea, el no querer
asumir responsabilidades colectivas, compromisos y acuerdos, perdiendo además
los medios para la acumulación de fuerzas a nuestro favor y experiencias en la
lucha, y teniendo que empezar de cero cada cierto tiempo. A la hora de
organizarnos, siempre hemos de tener en cuenta que estamos recurriendo a una
herramienta, un medio material o una estructura para materializar unos
objetivos. Y para materializarlos, necesitamos bases materiales y sociales. A
través de la organización en todos los niveles, es donde podemos ir definiendo
nuestro proyecto político y unos programas en el curso de las luchas. Es
importante que comencemos a ser actores políticos y no unos residuos marginales
que se niegan a morir.
Como cualquier actividad política en contra del sistema imperante, el Estado
siempre desplegará su maquinaria represiva sobre nosotras. Debemos saber por
dónde llegan los golpes represivos y cómo lo hacen. La represión puede venir de
diferentes maneras: detenciones arbitrarias mediante montajes policiales,
desgaste económico mediante multas, control social a través de seguimientos,
dividirnos con infiltraciones, etc, que tienen por objetivo debilitarnos y
neutralizarnos. Ante estos ataques, responder con atentados o pasar a la clandestinidad
para ejecutar ataques contra sus símbolos es un suicidio, es precisamente allí
donde nos quieren tener: alejados de las luchas sociales, golpeando a un
enemigo mucho más poderoso y dejar las actividades políticas y sociales para
sumirnos en una guerra de desgaste sin apenas apoyo popular. La mejor forma de
afrontar la represión es visibilizarla, crear vínculos con los movimientos
sociales y no aislarnos, y crear redes de solidaridad y apoyo mutuo en el curso
de la lucha social.
El fascismo es una amenaza similar a la represión estatal y es otro palo en la
rueda que debemos quitar para poder avanzar. Actualmente, el fascismo con su
cara amable trata de captar sectores autóctonos descontentos mediante discursos
nacionalistas y anticapitalistas copiados de la izquierda. Mientras que cara al
público se muestran como buenas personas que prestan ayuda desinteresada, a
espaldas actúan como grupos parapoliciales que agreden y hostigan a los
movimientos antifascistas. Por otro lado, la socialdemocracia es la cara
progresista de la burguesía y actúa como sedante del movimiento obrero al
conducir las luchas hacia el delegacionismo y las promesas de paz social. El
reformismo socialdemócrata solo apunta a cambiar las formas pero no la
estructura. Además, se ha demostrado en la historia que la socialdemocracia es
incapaz dar salidas a las crisis económicas y que, con una clase trabajadora
desorganizada, es fácil que la reacción acabe con las pocas conquistas que nos
queda a la clase trabajadora o termine por imponer dictaduras fascistas.
A pesar de todo, tenemos oportunidades a nuestro alcance hoy con el
resquebrajamiento de la paz social, la polarización de la sociedad y el
surgimiento de diversos movimientos sociales que están superando la incapacidad
e inoperancia de la izquierda institucional, pero que fácilmente podrían ser
fagocitados por los mismos si no entramos en escena. Es por ello que es
imprescindible que libremos las batallas en el terreno social, ganar terreno a
formaciones políticas que solo tienen intereses partidistas y demostrar que la
vía antiautoritaria es posible. El anarquismo ha de volver a ser una
herramienta útil al alcance de todos y todas para la emancipación social, una
alternativa seria que, además de servir para la defensa de los intereses
inmediatos, aspirar a la revolución social en el seno de la sociedad, en
concreto, de la clase trabajadora. Perdamos el miedo a ensuciarnos y caminemos.
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