La palabra “Anarquía” trae un montón de equipaje consigo.
Conjura imágenes de hombres embozados en capas y con sombreros de amplias alas
anchas que sostienen bolas negras con mechas de sonido sibilante y la útil
leyenda BOMBA pintada en color blanco en uno de los lados. Se ha convertido en
una especie de lema permanente sobre la descomposición de la sociedad y su
entrada en el caos chillón; uno de los paisajes de Hieronymus Bosch poblado de
saqueadores, berserkers y gigantes calzados con barquichuelas y vestidos con
cartones de huevos. En los tabloides de consumo masivo la anarquía ha sido
condensada hasta convertirse en una versión ultra-violenta y demente de Spy vs.
Spy [la tira de Mad], adaptada para la pantalla por Rasputin y Unabomber.
Apenas les resulta una propuesta atractiva que les merezca la pena, y sin
embargo, a lo largo de la historia, ha sido una causa que han abrazado nuestros
pensadores más brillantes y humanos, y a la que han dedicado su vida, incluso
renunciando a la misma, miles de incontables y valientes hombres y mujeres. Si
Darwin llegó a ver la anarquía como la posición política más razonable durante
los últimos años de su vida, ¿deberíamos descartarla como algo casual, ya sea
porque nos parece un salvaje sueño utópico o porque creemos que es el billete
de entrada hacia el caos más clamoroso? Antes de tirar la anarquía a la
papelera de las ideas descartadas junto con la teoría de la Tierra Plana y las
hipotecas al 110%, ¿acaso no deberíamos intentar encontrar el verdadero
significado de la palabra?
Como tan a menudo suele ocurrir con las palabras, son los griegos los que
definitivamente tienen una para el término, en este caso “anarchos”, que
significa “sin gobernantes”. En un primer vistazo parece ser una noción que va
directa al grano, aunque está repleta de ramificaciones cuya complejidad es
algo que sólo se hace visible cuando se la examina más de cerca. Por ejemplo,
si no hay gobernantes, todo el mundo será libre para actuar según su propio
juicio en todos los asuntos que le competen, incluso en la propia forma de
definir la anarquía. Como te podrás imaginar, esto ha llevado hasta una
desconcertante profusión de subdivisiones, categorías y movimientos disidentes anarquistas,
con puntos de vista radicalmente diferentes entre sí, por lo que no resulta
insólito escuchar acepciones como: anarco-comunistas, anarquismo
individualista, anarquistas verdes o sindicalismo anarquista, anarquía
post-izquierda o feminista, anarquía insurrecionalista o pacifista. Y luego
tenemos anarquía sin adjetivos, algo que suena completamente razonable, a pesar
del hecho de que las palabras “sin adjetivos”, usadas aquí como frase
descriptiva, interpreten en realidad todas las funciones propias de un
adjetivo. Al encarar esta pasmosa maleza de diferentes cepas de la Anarquía, lo
mejor será inclinarnos por retomar aquella primera y más sencilla definición:
“sin gobernantes”, y ver hasta donde podemos llegar a partir de la misma.
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