Ha sido una constante histórica en Colombia que los
momentos de negociaciones de paz y diálogos coinciden con el recrudecimiento de
la guerra sucia. En los ‘80 se asistió al genocidio de la Unión Patriótica, así
como de otras experiencias como A Luchar o el Frente Popular. A finales de los
‘90, los diálogos del Caguán coincidieron con la unificación de los ejércitos
privados de los narcotraficantes y terratenientes de toda Colombia en la peor
maquinaria de muerte que ha existido en este país: las AUC. La oligarquía
extiende con una mano la rama de oliva, y con la otra, afila el machete.
Mientras de día se habla de paz y de acallar los fusiles, en medio de la Noche
y Niebla, se desaparece, tortura y asesina a las organizaciones populares que
encarnan la fuerza social que se moviliza por el cambio social en Colombia.
Sabemos que la naturaleza del Estado colombiano y de la clase dominante que representa, no cambia con el anuncio de los próximos diálogos. Antes bien, desde su lógica, profundizar la violencia contra los movimientos populares en Colombia es una manera de limitar el impacto de éstos en las negociaciones, de amedrentar al pueblo para que no se tome la palabras, y así fortalecer las cartas de la oligarquía en la mesa. Que el gobierno de Santos tiene intenciones de profundizar la guerra sucia queda claro cuando hace apenas un par de días, el Ministro de Defensa Pinzón afirmaba que se intensificaría la militarización y la impunidad a las fuerzas represivas del Estado, dejando en claro la ausencia de “buena fe” por su parte en las negociaciones[1]. Por ello es preocupante que, en un contexto en que nuevamente las negociaciones de paz están en la agenda, el garrote de la represión oficial y paramilitar, comience a machacar las cabezas del pueblo organizado.
Sabemos que la naturaleza del Estado colombiano y de la clase dominante que representa, no cambia con el anuncio de los próximos diálogos. Antes bien, desde su lógica, profundizar la violencia contra los movimientos populares en Colombia es una manera de limitar el impacto de éstos en las negociaciones, de amedrentar al pueblo para que no se tome la palabras, y así fortalecer las cartas de la oligarquía en la mesa. Que el gobierno de Santos tiene intenciones de profundizar la guerra sucia queda claro cuando hace apenas un par de días, el Ministro de Defensa Pinzón afirmaba que se intensificaría la militarización y la impunidad a las fuerzas represivas del Estado, dejando en claro la ausencia de “buena fe” por su parte en las negociaciones[1]. Por ello es preocupante que, en un contexto en que nuevamente las negociaciones de paz están en la agenda, el garrote de la represión oficial y paramilitar, comience a machacar las cabezas del pueblo organizado.
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