La primera cuestión que debemos considerar hoy es la de la
emancipación de las masas obreras. ¿Podrá ser completa, mientras la instrucción
que éstas reciben sea inferior a la que se dé a los burgueses o mientras haya
en general alguna clase, numerosa o no, pero que por su nacimiento acceda a los
privilegios de una educación superior y más completa? ¿Plantear la pregunta,
acaso no es resolverla? ¿Acaso no es evidente que entre dos hombres, dotados de
una inteligencia natural casi igual, el que sepa más, cuyo espíritu se amplíe
con la ciencia, por haber comprendido mejor la concatenación de los hechos
naturales y sociales, o por lo que se llaman las leyes de la naturaleza y de la
sociedad, captará más fácil y ampliamente el carácter del medio en el que se
encuentra, se sentirá más libre, será en la práctica más hábil y más poderoso
que el otro? El que sabe más dominará naturalmente al que sepa menos. Y de no
existir entre dos clases más que esta única diferencia de instrucción y
educación, aquella diferencia produciría en poco tiempo todas las demás, y el
mundo humano se encontraría en su punto actual. O sea que estaría dividido de
nuevo entre una masa de esclavos y un pequeño número de dominadores, trabajando
como hoy los primeros para éstos.
Se comprende ahora por qué los socialistas burgueses sólo
piden cierta instrucción para el pueblo, un poco más de la que tiene por ahora,
y por qué nosotros, demócratas socialistas, pedimos para él la instrucción
integral, toda la instrucción, tan completa como la configura el poder
intelectual del siglo [XIX], de modo que, encima de las masas obreras, no pueda
encontrarse en adelante ninguna clase que pudiera saber más, y que,
precisamente por saber más, las dominaría y explotaría. Los socialistas burgueses
quieren el mantenimiento de las clases, debiendo representar cada una, según
ellos, una diferente función social, una por ejemplo la ciencia y otra el
trabajo manual. Nosotros al contrario queremos la abolición definitiva y
completa de las clases, la unificación de la sociedad, y la igualación
económica y social de todos los individuos humanos sobre la tierra. Ellos
quisieran, por conservar este cuadro, que menguaran, se suavizaran y
embellecieran la desigualdad y la injusticia, bases históricas de la actual
sociedad, que, nosotros, queremos destruir. De ahí resulta a las claras que
ningún entendimiento ni conciliación, ni siquiera coalición entre los
socialistas burgueses y nosotros es posible.
Pero, se dirá, y es el argumento que se nos opone muy a
menudo y que los señores doctrinarios de todos los colores consideran un
argumento irresistible, es imposible que la humanidad por entero se dedique a
la ciencia: se moriría de hambre. Es preciso por lo tanto que mientras unos
estudien, los otros trabajen, de modo a producir los objetos necesarios a la
vida para sí mismos primero, y luego también para los hombres que se vienen
dedicando en exclusiva a las obras de la inteligencia. En efecto estos hombres
no sólo trabajan para sí mismos: sus descubrimientos científicos, además de
ampliar el espíritu humano, se aplican a la industria y a la agricultura, y en
general, a la vida politica y social. ¿No mejoran acaso la condición de todos
los seres humanos, sin excepción alguna? ¿No ennoblecerán sus creaciones artísticas
la vida de todo el mundo?
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