Por: RECLAME
El pueblo colombiano desconoce las graves implicaciones que tiene para la vida del país el futuro minero-energético que el gobierno nacional y las Empresas Transnacionales han trazado en el Plan Nacional de Desarrollo. El discurso oficial y la campaña publicitaria engañan la opinión pública en relación con las ventajas económicas y laborales que esa inversión extranjera traerá para todos, y con que se garantizará la conservación de los ecosistemas naturales.
El pueblo colombiano desconoce las graves implicaciones que tiene para la vida del país el futuro minero-energético que el gobierno nacional y las Empresas Transnacionales han trazado en el Plan Nacional de Desarrollo. El discurso oficial y la campaña publicitaria engañan la opinión pública en relación con las ventajas económicas y laborales que esa inversión extranjera traerá para todos, y con que se garantizará la conservación de los ecosistemas naturales.
Eso lo han dicho en estos 80 años de explotación petrolera,
y en los 30 años de explotación carbonífera que llevamos, ambas entregadas a
los capitales internacionales. Hoy la calidad de vida de nuestro país está muy
por debajo de la de cualquier país del norte que no tiene ni una botella de
petróleo, o ni una libra de carbón. Más de la mitad de la población vive en la
pobreza, inclusive en las zonas donde funciona esta economía del saqueo. El
informe de Naciones Unidas explica en alguna medida esa paradoja: Colombia es
el tercer país más inequitativo del mundo; esto es: hay una alta concentración
de la riqueza, la que está en manos de las grandes empresas nacionales y
extranjeras que se aprovechan de nuestros recursos y de nuestro trabajo.
Que ahora digan que para tener ‘prosperidad’ Colombia debe
ser un país minero no va a modificar en nada esa condición histórica, porque
son los mismos con las mismas. Montar el país en la lógica de la minería transnacional
es profundizar las estructuras de la inequidad. Los múltiples conflictos que
estamos soportando las comunidades urbanas y rurales constatan que los impactos
de esa locomotora minero-energética son lesivos para la vida:
1. El territorio y la cultura. El
modelo colonizador que caracteriza la intervención de la locomotora
minero-energética en los territorios, transgrede el entorno natural con el que
los pobladores han sobrevivido y convivido por tiempos, modifica las economías
tradicionales, rompe los tejidos comunitarios y contagia de individualismo y
corrupción todas las relaciones sociales y ambientales que identifican las
culturas formadas en las realidades concretas de los territorios. En Colombia
existimos 102 pueblos indígenas, por ejemplo, y cerca de 30 pueblos nos
encontramos en extinción; 30 lenguas, conocimientos milenarios que la humanidad
pierde a manos de la ambición.
2. El agua, los ríos y la
biodiversidad. La fractura de los ciclos hídricos es uno de los impactos
directos más relevantes de esta absurda injerencia sobre nuestra biodiversidad.
La apropiación y utilización extrema del agua en la minería de cielo abierto,
en la explotación petrolera, en la expansión de la agroindustria energética y
en las represas hidroeléctricas, afectan gravemente el equilibrio ambiental y
el acceso adecuado y saludable al agua. Mucha gente ha sufrido los estragos de
la desertificación y las inundaciones, como de la contaminación y el agotamiento
del agua. El despojo de los bienes ambientales seguirá siendo un factor de
empobrecimiento.
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