miércoles, 7 de septiembre de 2016

Qué es y qué quiere el antidesarrollismo.

El antidesarrollismo por un lado sale del balance crítico del periodo que se cierra con el fracaso del viejo movimiento obrero autónomo y con la reestructuración global del capitalismo; nace pues entre los años setenta y ochenta del siglo XX. Por otro lado, se manifiesta tanto en el incipiente intento de ruralización de entonces como en los estallidos populares contra la permanencia de fábricas contaminantes en los núcleos urbanos y contra la construcción de centrales nucleares, urbanizaciones, autopistas y pantanos. A la vez, es un análisis teórico de las nuevas condiciones sociales auspiciadas por la ideología del progreso y el desarrollismo capitalista, y una lucha contra sus consecuencias. Es pues un pensamiento crítico y una práctica antagonista nacidos de los conflictos provocados por el desarrollo en la fase última del régimen capitalista, la que corresponde a la fusión de la economía y la política, del Capital y el Estado, de la industria y la vida. En resumen, la que corresponde a la sociedad de masas.

A causa de su novedad, y también por la extensión de la sumisión y la resignación entre las masas desclasadas, reflexión y combate no siempre van de la mano; una postula objetivos que el otro no siempre quiere asumir: el pensamiento antidesarrollista formula intereses generales y pugna por una estrategia global de confrontación, mientras que la lucha a menudo no sobrepasa el horizonte local o sectorial y se reduce a tacticismo, lo que solamente beneficia a la dominación y a sus partidarios. Esa separación es responsable de que la lucha se oriente hacía una modificación de las condiciones capitalistas, no hacia un anticapitalismo. Los medios contradicen a los fines porque as fuerzas movilizadas casi nunca son conscientes de su tarea histórica, mientras que la lucidez de la crítica tampoco consigue iluminar siempre las movilizaciones.

El mercado mundial transforma la sociedad continuamente de acuerdo con sus necesidades y sus deseos. El dominio formal de la economía en la antigua sociedad de clases se transforma en dominio real y total en la moderna sociedad tecnológica de masas. Los trabajadores masificados ahora son ante todo consumidores. La principal actividad económica no es industrial, sino administrativa y logística (terciaria). La principal fuerza productiva no es el trabajo, sino la tecnología. En cambio, los asalariados son la principal fuerza de consumo. La tecnología, la burocracia y el consumo son los tres pilares del actual desarrollo. El mundo de la mercancía ha dejado de ser autogestionable. Es imposible de humanizar: primero hay que desmontarlo.

Absolutamente todas las relaciones de los seres humanos entre sí o con la naturaleza no son directas, sino que se hallan mediatizadas por cosas, o mejor, por imágenes asociadas a cosas. Una estructura separada, el Estado, controla y regula esa mediación. Así pues, el espacio social y la vida que alberga se modelan según las leyes de la mercancía, la tecnología, la burocracia y el espectáculo, particularmente las relativas a la circulación, el control y la seguridad, originando todo un conjunto de divisiones sociales: entre urbanitas y rurales, dirigentes y dirigidos, ricos y pobres, incluidos y excluidos, veloces y lentos, conectados y desenganchados, vigilantes y vigilados, etc. El territorio, libre de agricultores, es reordenado según las nuevas necesidades de la economía, convirtiéndose en una reserva de espacio urbano, en una nueva fuente de recursos (una nueva fuente de capitales), un decorado y un soporte de macroinfraestructuras (un elemento estratégico de la circulación). Esta fragmentación espacial junto con las divisiones sociales que la acompañan aparece hoy en forma de una crisis global que presenta diversos aspectos, todos ellos interrelacionados: demográficos, políticos, económicos, culturales, ecológicos, territoriales, sociales… El capitalismo ha rebasado sus límites estructurales, o dicho de otra manera, ha tocado techo.



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