El desarrollo no anda solo, tiene una larga cola de fuego.
No entiendo por qué razón divina no hay petróleo debajo de la Plaza de Bolívar,
ni en el Palacio de Nariño o debajo de barrios como Rosales en Bogotá, o El
Poblado en Medellín, o en... Cali. Nada. Allá no hay ni oro, ni petróleo, ni
carbón. Nada. Sería muy divertido ver salir al presidente en calzoncillos o a
las señoras de los barrios residenciales a medio maquillarse y con un zapato sí
y otro no, huyéndole al Escuadrón Antimotines y ver al intrépido general
Palomino dando órdenes a sus hombres. ¿Por qué eso nunca pasa? Cada día son
mayores mis dudas sobre la justicia divina
El Putumayo es una de esas regiones que ni que fueran parte
del Egipto de las siete plagas: primero pasó la devastadora horda de Hernán
Pérez de Quesada matando indios, desbaratando comunidades. Después fueron los
capuchinos catalanes, que en nombre de Dios y a rejo físico pusieron a su
servicio a los naturales. Más tarde llegó la Casa Arana detrás del caucho de
sus selvas. Esclavizaron a los indígenas y exterminaron comunidades enteras. El
gobierno colombiano los uniformó para echarlos como carne de cañón contra el
ejército peruano. Cuando salían de la guerra, llegaron los cazadores a matar
tigres mariposos, perros de agua, cachirres, para exportar sus pieles. Las
cosas se estaban calmando en el momento en que llegó la coca y detrás las
mafias y detrás la guerra y más detrás la fumigación. Historia que continúa.
Pese a que el Gobierno asegura que no está fumigando, las avionetas de los
contratistas particulares de la Policía antinarcóticos lo siguen haciendo. La
estrategia es para secar no sólo las matas de coca sino todos los cultivos, con
el propósito evidente de sacar a los colonos de sus tierras y abrírselas a los
ganaderos. Por eso muchos cultivadores están hoy trabajando en la costa
pacífica, de donde los sacarán para abrirles esas tierras a los palmeros. Entre
1998 y 2006, el Putumayo fue territorio paramilitar: las masacres dejaron
heridas que no cierran: El Tigre, Puerto Asís... Y así.
Desde los 60 llegó al Putumayo una nueva plaga: las empresas
petroleras, con todos sus fierros. Fierros, fierros: desde tubos y taladro,
hasta cañones y bombas. Y enemigos: Farc, Eln, Epl. También con fierros y
fierros: tatucos, minas quiebrapatas, fusiles AK-47. El petróleo se ha
convertido en una pesadilla sangrienta. Hoy hay comunidades de indígenas y de
campesinos al borde de una explosión mayor. En los límites con Ecuador, en la
cuenca de los ríos Cuembí y Teteyé, hay un cabildo nasa kiwna chab. La
Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA) dio permiso al Consorcio
Colombia Energy para la explotación del crudo y hoy hay instalados 39 pozos y
tres baterías cuyos efectos sobre acuíferos, destrucción de bosque, destrozo de
humedales y exposición de las comunidades a la guerra han obligado a una
protesta indígena que se generaliza a medida que el Gobierno se hace el
desentendido. El desprecio de la gente es criminal. Las instituciones, tan
pomposamente nombradas para otras cosas, se hacen las pendejas hasta que la
gente salta y se toma una trocha e impide el paso de las tractomulas cargadas
de crudo. Es la señal de la guerra. El Esmad entra a romper huesos, sacar ojos
y descabezar dirigentes. La gente de Teteyé lleva 90 días de paro. La
guerrilla, que no es legión de ángeles, ha hecho y deshecho con tractomulas y
oleoductos: el petróleo crudo —nata espesa, negra y plástica— corre por caños y
cañadas, inundando chucuas y contaminando acueductos. El olor de aceite quemado
es insoportable, el agua potable se agota, la gente se enardece. Las petroleras
dicen que no tienen condiciones objetivas de seguridad para resolver el
problema, aunque sea su obligación. Pero patalean con cinismo y cálculo; alegan
que es culpa de la guerrilla. Pero no pueden atrincherarse detrás de ese
argumento para dejar a la gente expuesta al abandono y al desastre con pérfidas
intenciones políticas que terminarán incendiando el Putumayo.
PUBLICADO EN: http://prensarural.org/spip/spip.php?article15133
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