La nueva edición de la revista Soho promete ser un éxito,
dice Semana[1]. En ella se desnudarán una ex detective del DAS y una supuesta
ex guerrillera fariana, que pareciera que ha pasado más tiempo en el gimnasio
haciendo zumba que en las “montañas de Colombia”. Sería supuestamente un
homenaje a la reconciliación. ¡Qué vaina! Tanto se ha dicho que las mujeres no
han tenido suficiente participación en el proceso de paz y ahora esto. Mientras
los medios han prácticamente invisibilizado la participación de mujeres en la
delegación de paz de las FARC-EP, la revista Soho muestra cuál es el rol que
tienen las guerrilleras en la construcción de paz: empelotarse. Operarse,
convertirse en muñecas del narcotráfico, en chicas pre-pago al servicio de
diplomáticos gringos, alimentar las fantasías machistas de la trogloditamente
sexista sociedad colombiana. Las desmovilizadas tendrán que aspirar a
convertirse en esa vieja clonada que mueve el culo y las tetas en todos los
videos que sacan cantantes paisas de mala muerte. Entrar al mercado de la carne
que alimenta a esta monstruosa industria de la belleza, de la fantasía, del
turismo sexual, de las taras y las frustraciones glamorosas. La mujer pasiva,
como una fruta madura, lista para ser consumida por quien tenga la capacidad de
pagar el precio.
La objetivación sexual de las guerrilleras no es algo nuevo. Los medios abundan
con historias sensacionalistas –y difícilmente creíbles- de guerrilleras
convertidas en esclavas sexuales. Algunas historias son ridículas: por ahí encontraron
una foto de la guerrillera holandesa Alexandra Nariño, y de inmediato los
medios la convirtieron en la “bailarina exótica” de las FARC-EP. Esto no sólo
ocurre en Colombia: también en Turquía y Siria los medios promueven la imagen
hipersexualizada de mujeres jóvenes kurdas con armas. La propaganda sucia de la
guerra, que busca la satanización del adversario, se cruza por un instante con
los deseos machistas. Se trivializa el conflicto, se refuerzan los valores de
la sociedad patriarcal y también los valores del mercado que convierte a la
mujer en producto de consumo.
Pero ese rol está reservado para ciertas mujeres en el post-conflicto. Desde la
vereda de las organizaciones de víctimas, hay otro rol para la mujer: un rol
maternal, de mujer abnegada, sufriente y despolitizada, cuyo único discurso
aceptable es el de los derechos humanos y la justicia. Que ni se hable de
revoluciones ni de transformación social, eso no sienta bien a una madre que
solamente quiere que la dejen tranquila. Para las ONGs europeas el único rol
aceptable para una mujer es la de líder comunitaria de corte maternal, que
protege a sus hijos y, por extensión, a su comunidad. Siempre ha habido un
algo, un no sé qué no sé dónde, que me ha incomodado de esta representación de
la líder-madre, que resalta una visión unidimensional y conservadora de la
mujer, que refuerza estereotipos. Las sociedades más machistas son las que más
exaltan a la santa madre (porque todas las demás mujeres son putas). No parimos
hijos para la guerra dicen. Bueno, también hay mujeres que han optado por
participar activamente de la guerra y no parir hijos. Horror de horrores. La
guerrillera aparece como una fiera salvaje, la anti-tesis y la negación de “lo
mujer”, cuya existencia se explica por una honda degeneración o por su
inocencia burlada, porque le han lavado la cabeza, porque la han engañado.
Jamás por su propia decisión, jamás como un acto consciente que demuestre su
agencia ¿Una mujer insurgente? Un oxímoron.
La santa madre o la puta. Son las dos alternativas que la sociedad
patriarcal parece estar dejando a la mujer para abrirse un espacio en una
sociedad que busca un rumbo alternativo a la eterna guerra. Colombia oscila,
errática y esquizofrénicamente, entre el conservadurismo paleolítico del procurador
Ordoñez y el libertinaje disolvente de la cultura traqueta. Alguna vez se pidió
libertad sexual, y el capitalismo, que todo lo que toca lo convierte en
mercancía, en su lugar nos dio pornografía. Hoy el país necesita de paz con
justicia social, y nos dan un show erótico trivial. Como todos los espacios que
se abran en medio de este proceso, tocará que se lo labren las mujeres con su
propio esfuerzo, con su propia rebeldía, con su propia imaginación, con su
dignidad. En serio, nos merecemos un poco más de respeto: basta de seguir
trivializando a las mujeres y su rol en la necesaria transformación de una
sociedad que está, por donde se la mire, podrida.
José Antonio Gutiérrez D.
10 de noviembre, 2015
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