Los poderosos en Paraguay son siempre dueños de todo,
incluso de los conflictos sociales y políticos. Sus tentáculos son varios. Al
pueblo le dan parte en esos conflictos como espectador o como peón. Obligado a
participar de esa forma, el pueblo a veces despierta y reinventa el conflicto
de acuerdo a sus propios intereses y demandas, rompiendo con lo que las élites
esperan de él, superando el rol asignado y cambiando dramáticamente la
situación.
Es lo que hemos visto el 31 de marzo. La quema del Congreso
no estaba en los planes de la élite para manejar su conflicto interno, pero sí
estaba en las ganas del pueblo, que simboliza en esa institución años, décadas
de opresión política a la que prender fuego. El pueblo decidió dar salida a sus
propios deseos y vivió la felicidad de quemar el Congreso, forzando todos los
planes preestablecidos, escapando al control del poder, deviniendo fuego.
Los hechos cambian cuando el pueblo toma parte y se hace
protagonista de su historia, y así como nos expropian la vida a cada rato,
podemos expropiar sus conflictos a los poderosos y hacerlos nuestros por el
momento. A los poderosos no les gusta cuando el pueblo escapa a su control y es
cuando sus operadores llaman a la inmovilidad en nombre de una paz que es para
los otros y sus propios intereses, nunca para el pueblo. Este momento puede ser
muy corto: ahora ya están llamando a la paz social, a la inmovilización.
Los momentos y procesos populares que se dan en situaciones
críticas como la vivida el 31 de marzo no encajan en los planes ni en el
sentido de quienes se dedican a la teorízación política y nunca miran más allá
de sus planes partidarios.
La acción directa, la movilización en las calles es
pedagogía en movimiento y la gente descubre allí que es más autónoma de lo que
cree en una experiencia liberadora y constructiva de conflictividad social que
reacciona contra años de desigualdad y abusos políticos. Las historias
individuales y colectivas de las personas operan y se materializan en las
acciones concretas, contra lo que perciben día a día como poder y en la
solidaridad con quienes están al lado y sufren la misma represión. Soberbio es
tildar a estas acciones como “improvisación”.
La violencia de la policía no tiene nada de extraña ni
sospechosa, tampoco es una sorpresa como ahora se dice. Esta vez la policía
-una vez apagadas las cámaras de televisión- procedió a convertir las calles de
Asunción en un escenario de los años ‘70 del stronismo, apresando arbitrariamente
a quienes caminaban incluso alejados de la zona del conflicto la noche del 31
de marzo y madrugada del 1 de abril, con detenidos que sumaron más de 200
personas, agresiones a la comunidad LGTBIQ, violencia machista, torturas, por
la represión violenta y desmedida y, sobre todo, por el asesinato a mansalva
del joven Rodrigo Quintana, después de atracar un local de la oposición
política.
La constitucionalidad, la institucionalidad o la legalidad
no son los temas de fondo y eso todxs lo sabemos. La legalidad es el ejercicio
del poder sujeto a sus intereses en un tiempo dado, es por eso que cambia
cuando cambian sus intereses. La violencia estatal es una respuesta para apagar
la crisis política propiciada desde su propio seno. No nos sorprende pero no deja
de indignarnos. El asesinato de Rodrigo Quintana no merece impunidad.
Ahora es el momento de accionar, de realizar la experiencia
de la autonomía en la acción directa, Contra todo pronóstico y contra lo que se
espera del pueblo, que es la sumisión, la obediencia a líneas preestablecidas
en oficinas partidarias, el rol de aprendiz y de espectador.
Aprovechemos el momento, no cumplamos los roles
establecidos, dejemos por un momento de ser espectadores. Seamos pueblo, seamos
acción.
Coordinadora de Grupos e Individuales Anarquistas de
Asunción – COGIA
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