“Si de veras queremos la revolución social, no olvidemos que
su principio primero está en la igualdad económica y política, no solo de las
clases sino de los sexos”, en “El problema sexual y la revolución de los sexos”
Revista Mujeres Libres, n°9.
Ya han pasado 80 años del inicio de la Guerra civil Española
y de la mayor experiencia histórica del movimiento anarquista. Para algunas
autoras como Susan Brown y Peggy Kornneger el anarquismo al constituirse como
una filosofía política que se opone a todas las relaciones de poder forzadas o
coactivas, debería ser intrínsecamente feminista. Su originalidad teórica
reside especialmente en su visión política y en no ser una corriente dogmática,
por lo que se pueden encontrar una amplia gama de planteamientos libertarios al
respecto de lo que es el feminismo, la posición de la mujer y la feminidad.
Sin embargo, las prácticas machistas en el movimiento
revolucionario anarquista y socialista eran cotidianas en la época de la Guerra
Civil Española. Por este motivo diversas mujeres pertenecientes a las
organizaciones del movimiento libertario –CNT, FAI y JJLL- deciden crear una
organización propia y autónoma. “Mujeres Libres”, según la investigadora
feminista Mary Nash -pionera en el estudio de esta agrupación-; “tanto la
organización como la revista con el mismo nombre, tienen una naturaleza
feminista además de anarquista, ya que reivindicaban la liberación de las
mujeres como consecuencia de su papel de subordinación con respecto a los
hombres” (1).
Dentro del anarquismo social hay dos grandes teóricos
clásicos que representan dos corrientes opuestas en torno a la liberación de la
mujer. Por un lado estaba Proudhon, quien en su momento interpeló fuertemente a
las feministas por atacar la familia como reproductora de la opresión de la
mujer, pues para él esta era la institución que más encarnaba la justicia, por
lo tanto quienes seguían su postura no consideraban atingente la conformación
de Mujeres Libres, pues afirmaban que dividía al movimiento y que el lugar de la
mujer era al lado de los revolucionarios, pero reproduciendo su rol histórico
en el hogar y en la cocina. Por otro lado, estaba la concepción “bakuninista”
que sí apoyaba la lucha de las mujeres y comprendía que la emancipación de
ellas era realmente necesaria y que sus reivindicaciones eran reales. Bakunin
concluye que “la mujer es, en el capitalismo, propiedad privada del hombre, y
que mediante el matrimonio y la familia, ésta estaba reproduciendo las
condiciones en las que se fundamenta el Estado” (2). Además, Bakunin
consideraba al matrimonio como una institución opresora pues ponía al hombre
por sobre la mujer, que reproduce la ideología estatal y capitalista, y
es la base de la existencia de la propiedad privada.
De esta forma no todos los anarquistas consideraron que la
lucha de las mujeres era algo trascendental, y dejaban estos problemas siempre
en el contexto doméstico y privado. Muchas mujeres anarquistas vieron la
necesidad de interpelar a sus compañeros de lucha, no solo en las fábricas y en
las calles, sino que también en sus propias casas y familias. Lo cual se
refleja en una de las interpelaciones que realiza Lola Iturbe en el artículo
“La educación social de la mujer” publicado en la revista “Tierra y Libertad”
el 15 de octubre de 1935: “Todos los compañeros, tan radicales en los cafés, en
los sindicatos y hasta en los grupos, suelen dejar en la puerta de su casa el
ropaje de amantes de la liberación femenina y dentro se conducen con la
compañera como vulgares maridos”.
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