martes, 12 de noviembre de 2013

Negociaciones en La Habana. Lo que realmente no sería poca cosa…

El día 6 de Noviembre se ha anunciado desde La Habana un acuerdo fundamental -aunque provisional- en torno a la cuestión de la participación política, un tema espinoso en los diálogos de paz entre las FARC-EP y el Estado colombiano[1]. Falta mucho que cortar, clarificar, concretizar, pero la mesa de negociaciones puede mostrar algunos avances. Aunque, como todos sabemos, nada está acordado hasta que todo esté acordado. Cada vez la caverna uribista queda más aislada. Desde sus obscuras profundidades, gruñen y amenazan, con mucha violencia y poca inteligencia, para excitar los miedos, complejos, inseguridades y prejuicios en el subconsciente de las clases medias urbanas. No tienen absolutamente nada más que ofrecer al pueblo colombiano que promesas de más circo romano: tripas, cabezas rodando, cadáveres sanguinolentos en los horarios estelares de la televisión.  
Por diversas razones, casi todo el resto del espectro político muestra optimismo. Con aires de sapiencia, nos dice un opinólogo que con este acuerdo “un grupo armado marxista-leninista acepta los principios de la democracia liberal. No es poca cosa”[2]. ¡Qué poco sabe del marxismo-leninismo este doctor en ciencias políticas! La valoración de la democracia liberal tiene una larga tradición en el marxismo-leninismo, desde las diversas teorías de la “fase de transición” hasta los “frentes populares” para derrotar al fascismo[3].
Lo que realmente no es poca cosa es que la oligarquía colombiana, tan acostumbrada a dominar mediante el uso y abuso de la fuerza, del estado de excepción o ahora de la emergencia social, del terrorismo estatal y la guerra sucia, de la eliminación física de la oposición, adhiera a un concepto de democracia liberal. Eso sí que es novedoso. No es casual que el modelo político colombiano, formalmente sea tan difícil de describir. El padre Javier Giraldo, que no tiene pelos en la lengua, la ha definido como una “democradura” o, de manera más exacta, como “esta democracia genocida”[4]… Con perspectiva sociológica, Antonio García la ha descrito con sobrada elocuencia:
"La experiencia histórica de Colombia rectifica la generalizada creencia de que el absolutismo político sólo existe en aquellos países donde se han instalado cínicamente gobiernos de fuerza y no puede funcionar en un sistema de legalidad. En realidad, el absolutismo político nunca ha aparecido en la historia como una carencia absoluta de legalidad, sino como un sistema que es capaz de crear, a su arbitrio, su propia y acomodaticia legalidad”[5].


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