“Nunca había visto por dentro esa horrible cárcel que en
años posteriores me fue tan familiar. Después de caminar por oscuros pasadizos
y de subir y bajar mugrientas escaleras nos encontramos en un largo salón cuyo
techo tocábamos con las manos.
Triste luz crepuscular hacía más horrendo aquel antro
fétido, húmedo, negro. Apoyé mis manos en la pared y las retiré asombrado:
esputos sanguinolentos decoraban las paredes […] Había ahí leprosos, tísicos,
sarnosos, cojos, mancos, tuertos, ciegos, sordos, mudos, paralíticos, llagados,
sifilíticos, jorobados, idiotas, un espantoso depósito de carne enferma que
chorreaba pus y mugre. Los tuberculosos tosían. Las moscas zumbaban. Un vapor
espeso y fétido mareaba a los más fuertes. Los nervios se aflojaban en aquella
antesala de la muerte […].
Este testimonio del anarquista mexicano Ricardo Flores
Magón, narra sus primeras vivencias en una prisión, cuando siendo estudiante de
la Escuela Nacional Preparatoria fue detenido en 1892, por participar en un
movimiento de oposición a la reelección del dictador Porfirio Díaz. Desde
entonces, buena parte de su vida pasaría en centros penitenciarios tanto
nacionales como extranjeros, donde finalmente lo sorprendió la muerte en 1922,
poco después de rechazar el indulto que le ofreciera el gobierno de los Estados
Unidos, en una de cuyas cárceles purgaba una pena de 20 años.
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