No deja de asombrarme la capacidad de los medios y de las
élites colombianas para mostrar a los victimarios como víctimas. Veamos por
ejemplo el caso que dio a conocer la revista Semana hace unos días en la cual,
supuestamente, unos punks degenerados y sedientos de sangre de “gomelo”,
atacaron al niño bien Alejandro Vargas de manera injustificada, hecho que luego
supuestamente habrían celebrado [1]. Esta riña callejera, como miles de las que
hay en el país a diario, recibió una inusitada atención de los medios de
prensa, que utilizaron el incidente para avivar los perpetuos temores de las
clases-bien colombianas a las clases populares, la cual es como proclive a la
borrachera y la violencia, siempre a la espera del momento para repetir el
Bogotazo.
¿Cómo es posible tanto resentimiento social en un país donde
las clases viven en perfecta armonía como es Colombia? En Semana, un periodista
se preguntaba en qué clase de sociedad alguien podía ser golpeado solamente por
su extracción social y su manera de vestir y hablar… al parecer estos
periodistas no se enteran de los falsos positivos y las limpiezas sociales que
a diario ocurren, donde personas son asesinadas por su condición social, su
manera de vestir y hablar, pero bueno, supongo que la violencia en contra de
los pobres está lo suficientemente naturalizada. El escándalo es que un
gomelito pase por estas vainas.
Toda la horda de foristas desaforados corrió a linchar a los dos muchachos, de
los que se mostraban mañosamente fotografías amenazantes o denigrantes, en una
clara manipulación de estereotipos y prejuicios para establecer la culpa. Hasta
el propio presidente Santos se sumó al linchamiento mediático “ ¿Qué le pasa a
una sociedad donde unos matones se arrogan el derecho de acabar con la vida de
un muchacho bueno? ”. Esta declaración me recordó a un antecesor suyo que también
ponía las manos al fuego por los buenos muchachos. Sin pruebas, sin examinar
los hechos, todos le creen a los gomelitos.
La historia terminó siendo todo lo contrario. Apareció, por fin, un video en el
que se ve que Alejandro Vargas, en vez de ser una mansa paloma, estaba
insultando a su novia, montando un grotesco espectáculo en las calles,
agrediendo verbalmente a un indigente y luego él y su amigo se meten y agreden
a uno de los punks que luego actuaron en legítima defensa. O sea, él y su
compinche eran los agresores y no los agredidos. Pero así son los gomelitos de
este país: unos insolentes, que por sangre se creen con derecho heredero a
maltratar, a humillar, a denigrar, a violentar y agredir a todos los demás.
Alejandro Vargas es el espejo en el que se mira la oligarquía colombiana, una
oligarquía violenta, ladrona, corrupta, prepotente que luego tiene el descaro
de autodefinirse como “los colombianos de bien”. Pero que apenas alguien los
pone en cintura, apenas alguien le opone resistencia a su uso ilimitado de la
fuerza, entonces ahí si que chillan, lloran y se presentan como víctimas. Y por
supuesto, que tienen a todos los medios de comunicación, suficientes abogados y
hasta la presidencia de la República para hacerles eco en sus berrinches. Una
vergüenza, pero así es la injusticia en este país. Cuando uno es pobre en
Colombia, se le puede culpar de todo. Lo realmente aterrador es que estos
gomelos prepotentes llegarán a ser generales, empresarios, políticos, es decir,
se unirán a esa aterradora categoría de los “colombianos de bien”. Y así le va
al país.
Lo mismo pasa con las verdades oficiales del conflicto. Todo, absolutamente
todo, puede culparse a los campesinos que opusieron resistencia al secular
proceso de acumulación de tierras -por las buenas o por las malas- que
iniciaron los hacendados en este país y que han continuado ganaderos,
narcotraficantes y ahora también agroindustriales. Los campesinos en
resistencia son los gamines, los violentos, mientras los que financiaron
paracos y pájaros aparecen ante la historia como “víctimas” que, a lo sumo, se
les pasó la mano en su justificada respuesta a las injustificadas agresiones de
desadaptados y bandidos. Esa es la historia oficial del conflicto y ahí radica
la importancia de la Comisión Histórica que se conformó para estudiar sus
orígenes. En ella hay, por lo menos, algunas personas que llevan años haciendo
lo mismo que hace el video del gomelo y los punks: mostrar el otro lado de la
historia, el lado de los campesinos, de los trabajadores y de los pobres.
Mientras hay violentólogos que estudian el conflicto como los entomólogos
estudian a los bichos, algunos de estos investigadores abrirán una brecha por
la cual, por fin, podrá conocerse la versión de los que, por pobres, han sido
culpados toda la vida de una pelea que ellos tampoco empezaron.
Espuma
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